La Virgen de la Cabeza y Cervantes
En la sierra de Andújar, la noche del 11 al 12 de agosto de 1227, la Virgen se apareció a Juan Alonso Rivas, pastor de Colomera. Desde entonces, para venerar a la Santísima Virgen María en su advocación de la Cabeza, las visitas y peregrinaciones de personas procedentes de distintos lugares de nuestra Provincia y de otros lugares de España han sido constantes y multitudinarias. El santuario fue construido a finales del siglo XIII. Durante su existencia ha sufrido varias transformaciones, la más importante es la realizada por el genial arquitecto Andrés de Vandelvira, a finales del siglo XVI. Su romería es la más antigua de España, tiene lugar cada año el último fin de semana de abril y ha sido declarada de interés turístico nacional. No se conoce con precisión los inicios de esta romería pero podrían situarse al final del siglo XV. También es la primera imagen mariana de España a la que un Papa, Benedicto XVI la condecora con el singular privilegio de una Rosa de Oro. La devoción a la Virgen de la Cabeza ha sido reflejada entre otros, en los escritos de Miguel de Cervantes, Lope de Vega, Calderón de la Barca, Alfredo Cazabán y Antonio Alcalá Venceslada. Por eso, ahora que estamos celebrando el cuarto centenario de la muerte de Cervantes podemos releer algunas líneas de su novela “Los trabajos de Persiles y Sigismunda”, donde se encuentra una referencia a esta romería, se trata de una peregrina que se dirigía a “la gran ciudad de Toledo, a visitar a la devota imagen del Sagrario, y desde allí me iré al Niño de la Guardia, y, dando una punta, como halcón noruego, me entretendré con la santa Verónica de Jaén, hasta hacer tiempo de que llegue el último domingo de abril, en cuyo día se celebra en las entrañas de Sierra Morena, tres leguas de la ciudad de Andújar, la fiesta de Nuestra Señora de la Cabeza, que es una de las fiestas que en todo lo descubierto de la tierra se celebra no le han hecho ni le pueden hacer ventaja. Allí está el monte, o por mejor decir, peñasco, en cuya cima está el monasterio que deposita en sí una santa imagen, llamada de la Cabeza, que tomó el nombre de la peña donde habita, que antiguamente se llamó el Cabezo, por estar en la mitad de un llano libre y desembarazado, solo y señero de otros montes ni peñas que le rodeen, cuya altura será de hasta un cuarto de legua, y cuyo circuito debe de ser de poco más de media. En este espacioso y ameno sitio tiene su asiento, siempre verde y apacible, por el humor que le comunican las aguas del río Jándula, que de paso, como en reverencia, le besa las faldas. El lugar, la peña, la imagen, los milagros, la infinita gente que acude de cerca y lejos, el solemne día que he dicho, le hacen famoso en el mundo y célebre en España sobre cuantos lugares las más estendidas memorias se acuerdan. Suspensos quedaron los peregrinos de la relación de la nueva, aunque vieja, peregrina, y casi les comenzó a bullir en el alma la gana de irse con ella a ver tantas maravillas”.