A los poderes públicos

    13 ene 2025 / 09:05 H.
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    Me maravillo de la historia, y más aún, de aquella que realmente sucedió. Como rosas marchitas, las historias viejas se deshojan al menor contacto, dejando a menudo un rastro de invención. Muchas de ellas son fantasías construidas sin bases sólidas, donde el peligro acecha en cada dato que puede distorsionarse con el paso del tiempo.

    Sin embargo, la historia es también el cauce que el río de la vida se abre a sí mismo. Un tribunal universal en el que todos somos testigos y acusados. Es como una galería de cuadros: pocos son los originales, y muchas las copias, cada una con su propia versión de la verdad.

    Dicen que la historia se repite, pero lo cierto es que sus lecciones rara vez se aprovechan. Nos encontramos, una y otra vez, atrapados en un ciclo donde los errores y las glorias del pasado se reflejan en las sombras del presente. Y no siempre la historia es como nos la cuentan. Quien la observa detenidamente, sin prejuicios, aprende a ser indulgente con el mundo contemporáneo, comprendiendo que somos, al fin y al cabo, herederos de nuestras propias contradicciones.

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