Ayuso, en olor de multitudes
En una conocida fábula de Andersen, unos sastres vividores detallan a un rey su destreza para tejer
la tela más delicada jamás confeccionada, que
además es invisible para aquel que sea estúpido u ostente un cargo por encima de sus posibilidades. Cuando le muestran la supuesta prenda, el altivo monarca no se arriesga a decir que no la ve y, así,
de él para abajo todos alaban el precioso vestido,
hasta que un día en un desfile un niño grita: “¡Pero
si el rey va desnudo!”. Si hace años alguien me
hubiese dicho que en política triunfaría quien hace antipolítica —miente, insulta, es prepotente, promete lo que incumple, manipula, privatiza servicios públicos—, le habría evidenciado su insensatez, y esto es
lo que ocurre ahora, aquí solo triunfa el que lo hace mal y no el que actúa de buena fe, en beneficio de los demás. Pero este mundo no para de sobrecogerme. Isabel Díaz-Ayuso, tejida en la mente de Miguel
Ángel Rodríguez y engalanada con sus ropajes, igual que el rey de la fábula va desnuda de ideas que
mejoren la vida ciudadana —solo antipolítica y populismo—, y explota emociones para que la gente la
aclame allí donde va.