Amar es una ocasión para verse; para revolverse y volverse amor

    21 jun 2025 / 09:22 H.
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    Hay que retomar los vínculos, curar las heridas del desarraigo familiar, estacionar contemplativamente observando nuestro interior, hacer pausas para sentir el pulso, tomar aliento y rehacerse unidos en la misma dirección; pues tan solo una vida vivida para los demás, merece la pena que sea mostrada. La gran tragedia de nuestro paso por aquí abajo no es la muerte, sino que dejemos de amarnos. Sin duda, precisamos más que nunca el reconstituyente de la entrega. Por cierto, reconozco que es arduo conjugarlo y ejercitarlo para sí, simplemente hay que analizar lo vivido y notar que nunca es intachable, detenerse en el presente que es una muestra indicativa y su futuro siempre es condicional. Naturalmente, quedar en los deseos es inútil, tenemos que ahondar en las capacidades de confluir.

    Cada día más gentes buscan rehacer sus savias, engendrar nuevos sueños y vivir con dignidad. Toda existencia es una permanente y continua sucesión de oportunidades para sobrevivir. Lo importante es sentirse, reencontrarse consigo mismo, al menos para poder quererse. Desde luego, practicar el corazón es cultivar el amor de amar amor en su sano entendimiento, un motivo sublime que nos eleva para saltar muros y ofrecer abrazos sinceros. Nos toca, por consiguiente, salir de nuestras propias miserias para madurar y llegar a ser algo en sí mismo. Pensemos que, a través de la acción colectiva, germina la ilusión y reaparece un clima de concordia, facilitado por el intercambio de experiencias y el respeto a los distintos principios, únicos de cada pueblo.

    Es valioso respetar para sentirse correspondido mutuamente, la primera condición para poder movernos humanamente; y, por ende, cohabitar. Por otra parte, tampoco la relación será aceptable a no ser que el cuerpo y el espíritu vivan en sana conciliación, si no hay equilibrio natural entre el decir y el obrar. Centrémonos en nosotros, para reconstruir comunidades acogedoras, defender el derecho y la protección de todo naciente, abogar por la resolución de conflictos y resguardar a los indefensos, en un mundo crecido de represalias. La realidad está ahí: Cada minuto, veinticuatro personas lo dejan todo para huir de la guerra, la persecución o el terror. Ojalá aprendamos, pues, a solidarizarnos con los refugiados. Amar es anidar con alma, sentirte parte. Jamás excluyamos a nadie.

    Ciertamente, en unas sociedades cada vez más diversificadas, resulta indispensable cultivar la benevolencia para comprenderse, a fin de garantizar una interacción armoniosa entre las diferentes culturas. En este sentido, dicha convivencia constituye el patrimonio común de la humanidad y ha de ser reconocida y consolidada en beneficio de las generaciones, tanto actuales como futuras. Conscientes de que los solsticios y equinoccios simbolizan la fertilidad de la tierra, los sistemas de producción agrícola y alimentaria, el patrimonio cultural y sus tradiciones milenarias, la Asamblea General de las Naciones Unidas reconoció que la celebración de esos eventos es una encarnación de la unidad del patrimonio cultural y un referente de luz, para disfrute del preciso y precioso momento.

    Son este tipo de conmemoraciones, conectadas con las estaciones, las cosechas y el sustento, las que fortalecen los lazos entre sus moradores y las respectivas moradas. El entendimiento solo llega por la quietud, y su origen se sustenta en el auténtico amor. Ya debería ser evidente para todos, que las guerras como medio para resolver las controversias han sido rechazadas. Aún antes que, por la Carta de las Naciones Unidas, por la conciencia de gran parte de la humanidad, quedando justamente a salvo la licitud de la defensa contra un agresor. Al fin y al cabo, lo sustancial no es tanto mantenerse vivo, como perseverar indulgente, emparentado con el soplo donante. Por eso, cada batalla es una destrucción del valor humanitario. Cambiemos, nada es difícil para el que ama, ¡nunca lo olvidemos!

    VÍCTOR CORCOBA HERRERO

    ¡Cómo hemos cambiado!

    La canción del grupo Presuntos Implicados, “Cómo hemos cambiado”, sigue siendo actual. Refleja el profundo cambio en nuestra forma de vivir y comunicarnos. Antes, los viajes, celebraciones y encuentros se inmortalizaban con fotografías en papel o postales enviadas por correo. Era una manera pausada y personal de compartir momentos. Hoy, en cambio, las imágenes digitales y las redes sociales permiten difundir nuestras experiencias al instante, a cualquier lugar del mundo. Con la llegada del verano, esta transformación se nota aún más. Cada viaje o salida se convierte en una especie de hemeroteca digital. Los álbumes físicos han sido sustituidos por galerías online; las palabras, por emoticonos.

    Este fenómeno ha trascendido fronteras de edad, religión o cultura. El mundo digital ya no es futuro: es presente. Nos relacionamos, nos mostramos y hasta nos definimos a través de pantallas. La pregunta ahora es: ¿Qué vendrá después? ¿Qué ocurrirá cuando la conexión entre cerebro e internet sea posible? ¿Seguiremos siendo los mismos, o estaremos entrando en una nueva etapa de la humanidad?

    Quizás sea momento de reflexionar no solo sobre cómo compartimos, sino también sobre qué estamos dejando atrás. Porque en este avance constante, también corremos el riesgo de perder algo esencial: la pausa, la palabra, la mirada directa.

    PEDRO MARÍN USÓN / ZARAGOZA

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