¡Y tú más!
La expresión “y tú más” ha sido utilizada a lo largo de los tiempos para tratar de esquivar un hecho que alguien nos atribuye y que tiene un carácter vejatorio a modo de ofensa e insulto, con tintes de carácter peyorativo. Recuerdo desde mi infancia y adolescencia que era una expresión común en las aulas y en los patios de recreo por parte del alumnado en su espacio de convivencia. Se ha considerado, por tanto, como una expresión que muestra un contrataque un tanto infantiloide e inmoral que utilizamos para obviar nuestra propia responsabilidad ante un hecho determinado. Cuando vamos madurando y nos convertimos en personas mayores la citada expresión se convierte en “y tú también” como vocablo para afirmar la igualdad, semejanza, aceptación o relación de una cosa o un hecho, a modo de táctica para defenderse de los ataques o críticas de los demás intentando eludir responsabilidades propias.
En estos últimos y convulsos tiempos dominados por los casos de corrupción en el ámbito de la política se vierten acusaciones de unos contra otros, a diestra y siniestra, con el objetivo de desacreditar a sus oponentes y ganar terreno en debates que intentan ocultar la verdad objetiva que, cuando es descubierta, la enmascaran bajo el concepto de bulo. Los graves problemas que nos afectan y la actitud con la que los desafiamos están deteriorando cada vez más la convivencia ciudadana al instalarnos con más frecuencia cada día en el principio dialéctico del “y tú más” que se asienta cómodamente en el parlamento, en el periodismo, en las redes y en cualquier ámbito social. Es realmente reprochable ver las expresiones gestuales y algarabías de los aplaudidores en todo el hemiciclo de nuestro parlamento para reforzar las expresiones, que no los argumentos, porque estos, sencillamente no existen. Parece que la clase política considera a la ciudadanía como si fuéramos tontos o quizás es que quieren tomarnos el pelo cuando asistimos a los espectáculos bochornosos como espectadores atónitos ante las actuaciones de aquellas personas, a las que hemos elegido para que sean nuestros representantes, quienes olvidan de manera constante a la sociedad a la que sirven. Lejos deberían quedar ya aquellos tiempos en los que determinadas organizaciones imprimían una férrea coacción a sus miembros. En un tiempo como el actual de crisis en cuestiones como la del acceso a la vivienda, la subida de la cesta de la compra, las guerras que nos rodean y un largo etcétera, la preocupación de la clase política es compararse con el otro en lugar de diferenciarse del otro para resolver los problemas que nos acucian. Considero que es un problema de educación y de comunicación. Si el parlamento simulara a un aula universitaria seguramente que todos suspenderían. Comprender la práctica parlamentaria para mejorarla necesita un compromiso crítico (ético) que, partiendo de la comprensión que aporta la propia tradición en la comprensión de la realidad, se pueda promover la emancipación del ser humano, desde un compromiso ético que facilite una acción comunicativa no distorsionada. Es desde esta posición donde toman sentido disposiciones y actitudes críticas y, sin duda, también contradictorias, que deben consolidar la democracia como asunto colectivo. En estos días cuando escribo este artículo surgen nuevos episodios, en este caso de violencia machista, que supuestamente afectan a un miembro del parlamento. Un asunto del que, como en otros, nadie sabe ni conoce nada. Esperemos que la clase política no vuelva a utilizar el slogan del “y tú más” o el “y tú también” en la búsqueda desesperada por encontrar a alguien con el mismo delito en el otro lado. Aboguemos por un diálogo constructivo que, lejos de las permanentes acusaciones para quedar por encima del otro, busquen soluciones para el beneficio de toda la ciudadanía desde el respeto y la escucha activa. La clase política habla mucho, demasiado quizás, pero escucha poco, muy poco.