Viajar se aprende

Tenía seis años cuando por primera vez montaba en autobús con destino a Valdepeñas de Jaén, el auténtico corazón de la Sierra Sur de Jaén. Casi hora y media de viaje por una carretera muy estrecha, con muchísimas curvas y siempre cuesta arriba, por lo que a mí me parecía que aquel municipio, donde nació mi madre, quedaba muy lejos de la capital. Durante muchos años el único destino de mis viajes era pasar los veranos en casa de mis abuelos, o venir al pueblo para alguna boda, o de romería. Entre tanta ida y vuelta uno, aún adolescente, empiezo a hacer amigos, a descubrir paisajes y compartir juegos en un lugar para nada lejano, pero nuevo e inolvidable a esa edad. Con la misma frecuencia que pasa el tiempo, cambia la vida y se hacen cortas las distancias, viajar siempre que se ofrezca la ocasión, dicen por ahí, que está en manos de casi cualquiera. A todas horas salen aviones a países de afuera, ferris, cruceros y yates que cruzan océanos, trenes y autobuses que te llevan a lugares que están lejos o cercanos. Gentes de todas partes del mundo de visita a la vez en todo el planeta intercambiando culturas, gustos e idiomas, jugando a ser niños que emprenden su primer viaje.