Vade retro...

    20 abr 2023 / 09:38 H.
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    Creo que habrá más de uno que opine que lo mejor es no reaccionar ante las provocaciones pero... no debemos ni podemos consentirlo como marianos y romeros. La libertad de expresión es tan legítima y necesaria para unos y para otros. Porque intentamos ser limpios de corazón, rechazamos la basura que ha esparcido TV3, que atenta contra los principios más profundos y enraizados de millones de cristianos. Porque queremos ostentar y enarbolar la bandera de la convivencia y respeto a la diversidad, objetamos los panfletos malolientes, que hieden a odio e inmadurez. Porque en el abanico de los valores implícitos del ser humano, es básico admirar las distintas culturas, su pasado y su futuro, el bienestar de las gentes y su proyección hacia los semejantes, refutamos las ideas imperialistas de imponer a los demás la torpe visión del resentimiento, lerdo y deshumano.

    Porque el respeto se gana con respeto, la admiración con la admiración y la comprensión con la comprensión, desmentimos a los que, usando los medios que todos costeamos, arremeten sin piedad y sin consideración a los que —mejor o peor, pero con convencimiento—, sienten, viven, comparten, transmiten una fe secular, confirmada por el convencimiento, herencia de las familias, de las comunidades, de la historia, en suma.

    Porque no queremos caer en la decadente actitud del “todo vale” o del “a-mí-plin”, contrariamos a los pusilánimes, que, por comodidad o inconsecuencia, dejan pasar las continuas y penetrantes embestidas, disfrazadas de hilaridad, de cuchufleta fácil, de interpretación sui géneris de la libertad, ignorando que ésta empieza en donde acaba la del otro. Porque amamos a María Santísima, porque admiramos su papel fundamental en la Redención, porque es nuestro modelo a seguir, porque la consideramos nuestra Madre del Cielo, porque esta tierra nuestra andaluza está especialmente terciada por sus mercedes, porque está presente en nuestras vidas desde los momentos más sencillos hasta los más entrañables y solemnes, tristes o de regocijo... Por todo ello y por muchas cosas más, siempre la aclamaremos y, más aún, en desagravio por las ofensas de unos tristes desgraciados, que, para decir algo o para que se les escuche, necesitan humillar, enojar y contagiar de su acre mordaz a todos los que no piensan como ellos. Por eso, mientras tan-to y para siempre, continuaremos diciendo, sin temor, ¡viva la Virgen del Rocío!

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