Usted perdone (y II)

    11 dic 2025 / 08:31 H.
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    Suele pasar. Después de casi acabar la redacción de mi anterior entrega, me vinieron al rincón creativo de la mente otras experiencias, que no era posible añadir, por razones de espacio y de los dos mil caracteres. Así que, nuevamente, amigo lector, mis disculpas. Hace algún tiempo me encomendaron acompañar a un alto dignatario sudamericano, en su visita a Alcalá y a su Mota. Como pueden imaginarse me explayé en la explicación ante tal personaje, que, dicho sea de paso, estuvo atentísimo a mis explicaciones, escuchando, preguntando, interesándose como pocos. Me pareció un hombre culto.

    En la comida, el alcalde me pidió sentarme junto al prócer. Allí continuamos nuestra charla, amenísima por su parte, y casi desajustada en el contexto. Hubo momentos que desconectamos con el resto de los comensales en la mesa y en las mesas. ¿Y a qué viene todo esto? Pues... el ilustre me dio una gran lección, que conecta con el tema y título de estas líneas. Guardo sus palabras en algún rincón de la memoria, que me afloran al tratar de este asunto. No aseguro que sean exactas a las que reproduzco, pero sí fieles a su contenido. Me dijo: “Mira, Domingo, he escuchado con mucha atención lo que has explicado allí arriba, y cómo has hablado de la cultura y del legado que dejaron en Alcalá, en Andalucía, en España, otros pueblos invasores durante siglos. Lo has comentado sin aspereza, sin acidez, sin rencor, sin desprecio... Cuando los latinoamericanos hagamos lo que tú, nuestros países habrán llegado a la madurez.”

    La frase es, sin duda, lapidaria, digna de un estadista de categoría intelectual y humana. Y tras de ella, el decorado del perdón. La reconciliación, como bien se sabe, reconforta y engrandece a la Humanidad. Y no es necesario que sea exclusivamente a nivel de naciones y culturas. La tolerancia tiene que partir del hogar, de la familia, de los pueblos, de las religiones, de los países, de las instituciones nacionales e internacionales, de los que rigen... A veces se olvida este principio, que debiera formar parte del decálogo de cada cual.

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