Unas latas de cerveza

02 mar 2017 / 11:25 H.

Nos hemos acostumbrado a contar los billetes con más cuidado que antes, a hacer cuentas a mitad de mes y a pensar proyectos más chicos, con estrecheces donde antes vivía el rumbo y nadábamos boyantes en iniciativas. La crisis nos ajustó el cinturón y la vida se ha apaisado. Lo último de lo último, al mandar un documento importante por correo, es que uses un servicio de paquetería privado, —porque por Correos no llega, o corres el riesgo de que se pierda—, me dicen. Y me niego a aceptarlo. No solo se trata de una cuestión sentimental, de rebelarse ante la pérdida de confianza generalizada de un servicio ejemplar, sino en lo que la ideología de estos tiempos nos vende, y fomenta, potenciando el sector privado en detrimento del público. Correos es una institución necesaria, con miles de trabajadores profesionales, que abanderó la Modernidad desde finales de la Edad Media. De hecho, en la acumulación originaria —matriz económica del capitalismo— se encuentra la raíz de la subjetividad contemporánea, y siempre que se trata de ciencias humanas o sociales nos hallamos en el territorio de lo inexpresable, lo incuantificable y, por tanto, en arenas movedizas. El sujeto libre reemplazó con sus promesas de libertad al siervo, pero en realidad hoy sabemos que lo que se liberalizó no fue el sujeto sino la capacidad de los medios de producción y del sistema para explotar libremente. El lema “La ciudad os hará libres” proponía desvincular a los trabajadores del campo y sus raíces, en pos de unas promesas de futuro y comodidades. Pero lo que se encontraron en la ciudad, como en la película “La ley del silencio” (1954), con un sensacional Marlon Brandon, fue la oferta y la demanda en pugna para aplastar a los trabajadores. Un mercado despiadado. Ahí los especuladores avanzan o retroceden según convenga, hablando de libertad individual y, por el contrario, fomentando políticas de explotación colectiva que luego se traducen en la opresión persona a persona. Nuestra sociedad ha llegado hasta el punto de que cuando hablamos del individuo lo desvinculamos de su realidad social, y no podemos olvidar —no nos debemos cansar de repetir— que el ser social es el ser-en-sí del hombre. Pretenden ensanchar la libertad individual restándole valor a los vínculos colectivos, y no hay uno sin otro, ni otro sin uno. Esta confusión se ha extendido hasta límites insospechados. Hoy día asistimos a una infatuación de los egos jamás vista con anterioridad, y si el otro lema —también mítico— neoliberal de nuestra época es “hazte a ti mismo”, constrúyete a ti mismo, no menos importancia cobra el espejismo de las redes sociales, que generan vanos éxitos y promociones, lejos de cualquier realidad, aunque bien pueden estar subvencionadas por el propio deseo de ser. Vivimos una continua insatisfacción en la cadena de los deseos que nunca se acaban, en el consumo del presente, en el espejismo de las vitrinas, y los estantes repletos de los hipermercados. ¿Nuestra aspiración es llenar el frigorífico con unas latas de cerveza? ¿Dónde queda la conciencia crítica? Cada día se hace más importante defender el sector público, no conformarse con la degradada imagen que pretenden crear. Cuanto más difamemos los espacios públicos, más difamaremos los espacios privados. Y en ese desequilibrio se hallan gran parte de los males que aquejan esta sociedad.