Una dama de la poesía
Cuando la poesía es ese soplo que nos hace navegar, soñar o despertar a universos y realidades que, de tan cercanas, creíamos perdidas en la lejanía geográfica del entendimiento, alguien toma el mando y nos acoge bajo su manto cálido ondeando con la tierna brisa del verso. Ahí la tenemos. Una gran dama de la poesía que escancia las palabras y las destila adormeciéndolas al mismo tiempo que las lanza hasta que se “maceran” con nuestra neurona vigilante a la espera de permitirnos el disfrute del lenguaje creado por ella para obsequiarnos con su eco dulce pero enérgico, aparentemente sencillo, pero con carga de profundidad.
Ella es nuestra paisana Rocío Biedma. En sí misma es un poema con cadencia de afable latido. Su voz se diría modulada por el céfiro al alba de un amanecer de plácido despertar. Sus palabras circulan a nuestro alrededor y nos transmiten algo más que calma, tranquilidad o quietud. Son el sosiego que solo la poesía puede transmitir y ella las administra con la perfecta soltura que su mirada indica. Sí, su expresión de afable ternura solo podría dar a luz esa poesía que, en sus propias palabras es “como un hilo sedoso que trenza sentires, los talla, los eleva, crea versos desde toda la hondura posible hasta el albor más excelso”. ¿Qué más podríamos añadir?
Rocío nos habla, nos requiere, nos busca, nos acerca a ella y a los demás. ¿Qué hago contigo, con esa fragilidad del tiempo que se estremece? Debemos responderle, pero el verso escala su garganta y huye de la nuestra: “El hombre, su historia rota, oprime los dientes, invocando sueños, que son presagios. El dolor detenido, falto de oxígeno. Los pasos desandados, en fragmentos oficiales, que se ausentan entre el humo calcáreo de todo lo inhumano”. Una vez más sus palabras nos enfrentan a una realidad que acaso no sabe reflejarse en el espejo del calendario atroz y trata de agazaparse entre ¿sollozos? ¿dudas? ¿remordimientos? En su poesía hay siempre respuesta: “Camina con la ilusión de encontrar rosas que hiervan la paz, que aúllen amor, que muerdan la desesperanza, que se desangren ... en el vacío absurdo de esta nada”.
Rocío Biedma lleva a nuestro Jaén por ese mundo que, en ocasiones, poco o nada tiene de poético, pero ella en sus charlas, congresos, encuentros, lecturas o presentaciones es capaz de insuflar dosis de verso en vena para que el desencanto se empape de una amargura que antaño, quizá, fue miel y nos deja a las puertas de contestarle con uno de sus versos, haciéndonos uno con su poema: “Pertenezco a tus alturas, donde se eternizan los mundos en tus frutos de pájaros exactos”. Sí, al estilo de Gil de Biedma, quizá nosotros, sumergidos en la luz de sus palabras también queremos ser verso, ser poema sublimado en una de sus obras. Esa mezcla inmarcesible entre la Rocío “física” y la “química” que, emergiendo de su poesía y sin catalizadores añadidos, nos envuelve, es la representación del más álgido estadio poético.
Hablamos de Jaén y Rocío fluye también entre esas calles recoletas, sombras monumentales y rincones que conocemos pero que ella refunde y hace levitar ante nuestros ojos. Por ejemplo: “Cuando en las horas estallan tus campanas tu efigie, honda y majestuosa escala el cielo en una talla implacable. La gravedad de tu albor flotante tiene forma de soneto. Y el aire te almizcla enamorado. Los astros se inclinan a rozarte. Te besan las auroras con partículas de lirio y tu secreto encastillado, desnuda las calles y tiembla de emoción la tilde de este Jaén a la intemperie, que te mira desde todos los ángulos” . Este fragmento pertenece a un poema dedicado a la Catedral de Jaén y, si lo releemos, la imagen su fachada, de sus torres, se nos hace verso frente a nuestros ojos. He ahí, de nuevo, algo que no hace sino afirmarnos en esa definición de “gran dama de la poesía” con que comenzábamos este paseo por la obra de Rocío Biedma. Gracias siempre por dejarnos soñar contigo porque “los sueños perdidos se vierten en la sopa que amamanta el último hálito del mundo”.