Una casa victoriana

Una vivienda espaciosa y antigua, con un estilo inglés muy curioso, donde el recibidor y la escalera distribuyen las estancias

03 ene 2022 / 13:35 H.
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En la puerta de la casa hay una cruz de piedra cubierta por un manto de moho que crea carreteras imaginarias, que no llegan a ningún sitio. El boquete del buzón aparece oxidado, pero resiste al tiempo, a la espera que el cartero deposite, como todos los lunes, desde hace cinco años, una postal de cualquier parte del mundo. En esta ocasión, el sello viene mojado, la lluvia londinense lo atrapó con sus aguaceros de octubre.

Un fox terrier de pelo duro, guardián de la casa y de Sofía será quién avise de que la postal ha llegado, es el único contacto que tiene con su hermano. El perro ladra insistente, mira a su dueña, mira la puerta, mueve el rabo nervioso, ahí está; la postal siempre llega con su imagen precisa y perpetua que señala otra vida muy distinta a la de ella. No te vayas, le suplicó. Pero Tom había nacido para mostrar el mundo en imágenes y se marchó en su búsqueda.

La soledad y el aislamiento le pesan, los fantasmas de su memoria comienzan a salir: un hombre, el único, una declaración y no volvió a saber de él.

—Quiero poner la casa en venta.

—No se preocupe señora, nosotros nos ocuparemos. Por cierto, ¿tiene algún fantasma?

—¿Pero qué dice?

—No se preocupe, somos especialistas en vender casas encantadas, si tiene alguno no hay ningún problema en que nos lo diga.

—Vaya tontería.

—Por cierto, hay un cuadro subiendo la escalera, en muy buenas condiciones, podría dar mucho juego.

—Es mi abuelo materno, era inglés.

La inmobiliaria no para de proponerle una y otra vez posibles ofertas de compradores y ella siempre, sin tener muy claro el motivo pospone su decisión, no lo sabe, pero tiene que contar una historia que quedó inacabada en el tiempo.

Se trata de una casa espaciosa y antigua, con un estilo inglés muy curioso que recuerda a las casas de muñecas. El recibidor y la escalera distribuyen las habitaciones entre las distintas plantas, todas ellas con chimenea, todas ellas vacías.

Sube las escaleras hasta quedar frente al cuadro. Es tan grande que casi cubre toda la pared. Sofía ha pasado miles de veces delante y nunca le ha prestado demasiada atención, hasta hoy. Busca la firma, le cuesta encontrarla hasta que por fin da con ella: M. L., María Lobbs, las iniciales de su abuela. No se le había ocurrido que fuera pintora y de las buenas. La leyenda familiar habla de un hombre atormentado e infiel que nunca amó a su mujer. Ella perdió la memoria muy joven, él la engañó con su cuidadora. Dicen que en un acto de lucidez y llena de pena un día lo abandonó. Cuentan también que cuando la memoria no le fallaba del todo todavía, antes de morir, ésta pedía titubeando que le trajesen tizas para pintar en su pequeña pizarra. Da un paso más y ve a John suspendido sobre un precipicio en el que flota; alrededor montañas, bosque y figuras simbólicas. Se le aprecia una pequeña joroba y un desnivel importante entre sus piernas. Cierra los ojos, aspira el olor del tiempo pasado y el cuadro comienza a cobrar vida. Él era el maestro, ella una de sus alumnas y los bonitos ojos de su abuela, lo encandilaron. El padre, a regañadientes, había aceptado que la cortejara a pesar de su deformidad. “Quién sabe mirar encuentra y verá más allá del tiempo”, le dice una voz masculina que le es familiar, es él, su abuelo. Se detiene en su mirada, hay algo que no sabe explicar; observa, no ve nada; insiste y aparece entonces un reflejo pintado en su pupila verde y dorada, una mujer que conoce, es su abuela la que está dibujada en el iris de su ojo. El cuadro la envuelve, la abraza, y la llama. ¿Una mujer puede ser artista? Claro que sí y John enseñó a la que sería su mujer a pintar.

—Buenos días, soy Sofía, pueden retirar el cartel “Se vende” de mi propiedad, ya no estoy interesada en ponerla a la venta.

—¿Por qué?

—Porque mi hogar, no tiene fantasmas y sí una historia que contar. Buenas tardes.

Es lunes y se acerca al buzón, contiene como siempre una postal, con la imagen de una casa victoriana londinense y un cuadro. En la posdata hay escrito: hermana he dejado el hotel, de momento estoy alojado en esta casa. ¿Te llama la atención algo? Sí, la casa tiene algo de intemporal y caprichoso, casi extravagante, una réplica perfecta de su casa en Madrid; igual ocurre con el cuadro, mismo paisaje, mismos signos, objetos, detalles, la única diferencia la figura representada en este caso es de María Lobbs y, curiosamente, en el iris de sus ojos está dibujado su abuelo John.

Mira las cosas tal como son y escribe una postal, la primera en su vida: ¿por favor hermano, puedes enviar el cuadro? No lo abandonó, fue su padre quién se la llevó fuera del país. Hoy están juntos, en la misma casa, en la misma escalera. Frente a ellos, Sofía cierra los ojos y de pronto se esfuma el peso invisible que la había aplastado durante tanto tiempo, ha dejado de tener miedo a ser querida y a ser engañada, a querer y a tener que engañar. Pasado, presente y futuro ecuación imprevisible que juega con nuestros deseos.

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