Un pecado
venial

    02 abr 2020 / 16:24 H.
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    Aprovecho esta Cuaresma-cuarentena para confesar un pecado venial: yo no salgo a la terraza a aplaudir como mis vecinos. Solo abro la ventana de detrás del sofá en donde suelo apalancarme, y doy nueve o diez palmadas por el patio del lavadero. Bien es cierto que los de enfrente compensan esta pereza con una copla berbenera que, la verdad, nos levanta el ánimo a toda la calle. Hoy ha sido “La Macarena”. Creo que el aplauso de las ocho nos lo damos unos a otros en un ejercicio de comunión, para decirnos que estamos en el mismo barco. Pero no me dejo engañar del todo; nos sentimos identificados con el dolor ajeno, si tu dolor puede ocurrirme a mí o a los míos. Pero cuando tu tragedia no es fácil que me ocurra, cuando la vulnerabilidad no es compartida, cuando quienes sufren viven en la calle, son migrantes o trabajadoras sexuales, en esas situaciones aparecen otras emociones de repudio o indiferencia. No obstante, prometo que a partir de hoy dejaré mi desidia y seré la primera en aplaudir, aunque solo sea porque el mejor pediatra del mundo, que casualmente vive en mi casa, lleva cuatro días con fiebre y, a la espera del test, tiene toda la pinta de estar contagiado por el coronavirus.

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