Un lugar cualquiera

    04 sep 2021 / 17:43 H.
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    Por costumbre y conveniencia nunca ha estado mal vista en este país la picaresca. Siempre asociada a pobres y desvalidos que se buscaban la vida pidiendo o trapicheando, la vemos también funcionar en los distintos estratos y castas de nuestra historia. El cortijero sisaba huevos y verduras al capataz de la hacienda, y éste a su vez hacía lo mismo al señorito. El tendero trucaba la báscula, el lechero aguaba la leche, el sastre apuraba la tela, el prestamista subía su porcentaje, y de ahí hasta el último nadie estaba libre de ser un pícaro. Ya en los tiempos de la peseta se hizo viral entre los pudientes la picardía de sacar su pasta de aquí, y el que más y el que menos mandaban a Suiza quilos de billetes verdes, que por cierto abultaban un montón. De sisar unos huevos a robar, de aguar la leche a cortarla, y de la usura a la evasión de impuestos, nada hay más parecido a la picaresca que el delito. Cambiamos de tiempo, de moneda, de herramientas y de modos. Cambiamos de oficio, de pareja y de partido. Cambiamos de imagen, crecimos en altura y libertades, y creció también la picaresca. De la plebe a la nobleza, pocos dudan de su utilidad.

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