Un día para los pobres

15 nov 2019 / 08:31 H.
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Faltan días en el calendario para dedicarlos a la celebración de las innumerables enfermedades, lacras y carencias que padece la humanidad; para rememorar grandes acontecimientos históricos o apoyar proyectos universales de toda índole. Lógicamente, aunque todos sean importantes para mejorar el bienestar general de la ciudadanía, unos gozan de mayor popularidad y atención que otros. Son iniciativas que bien merecen un elogio sincero. El próximo domingo se celebrará en el Vaticano el “Día Mundial de los Pobres”, una jornada instituida por el papa Francisco I. Esta será la tercera edición de esta cita y de nuevo se instalará el ambulatorio, que estuvo abierto desde el pasado día 10, en la plaza de San Pedro, para atender a los más indigentes y marginados de la sociedad. Se oficiará una misa y tendrá lugar un almuerzo en el Vaticano que el padre santo compartirá con los pobres. Una hermosa iniciativa, tan generosa como insuficiente, porque recordar una vez al año a la clase menos favorecida, más marginada y olvidada por la sociedad solucionará pocos problemas. El colectivo de indigentes es demasiado numeroso, fruto del olvido y la indiferencia y aunque existen grupos solidarios, que trabajan con afán para tratar de paliar el problema, la brecha entre ricos y pobres es cada día más ancha. Nos acostumbramos a ver a personas durmiendo en la calle sobre cartones, rogando unas monedas para poder dar de comer a sus hijos y pasamos de largo como si ese drama no tuviese nada que ver con nosotros. Es más, pensamos, para justificarnos, que todas esas criaturas forman parte de mafias organizadas que intentan timarnos. Normalmente, les hacemos menos caso a los pobres que el Ayuntamiento a los baches. Estas jornadas del “Día Mundial de los Pobres” se desarrollan, bajo el lema “La esperanza de los pobres nunca se frustrará”. Pero no es fácil, porque no existe auténtica vocación para poder devolver la esperanza a unos seres humanos que la perdieron a causa de las injusticias y del sufrimiento. Aún así, la esperanza nunca se debe perder y hay que confiar en que cada día la justicia vaya creciendo y no solo los gobernantes, los ricos, los poderosos, sino también que cada uno de los ciudadanos de buena voluntad fijen su mirada en estas personas marginadas y se les tienda una mano generosa que les ayude a salir de su indigencia.

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