Un día de primicias

    26 oct 2024 / 09:26 H.
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    El sol comenzó a levantarse difuminando las sombras y esparciendo su primer rayo de luz sobre el paraje del Tomillar y la Dehesa Boyal entre las dispersas nubes que presagiaban la deseada lluvia de otoño. El cielo se colmó de arreboles con una preciosa gama de colores violeta, rojo y rosa claro hasta que el astro emergió en todo su esplendor sobre el horizonte de olivos y se hizo de día en la vega de la Higueruela en Torreblascopedro. Ese hermoso amanecer fue el principio de una jornada inolvidable, un día de primicias. Para cumplir con el horario de recolección de recogida de aceituna en olivar super intensivo que intenta proteger a las aves y otras especies, estábamos esperando la luz del día mientras preparábamos todo lo necesario para comenzar la faena en un olivar en seto que iba a ser recogido por primera vez con una máquina cabalgante. Los liños de plantas de tres años en espaldera comienzan a ser setos tupidos en dirección norte sur y con el sol naciente todavía alfombraban la tierra con sus sombras alargadas, cuando el conductor puso en marcha la máquina recogedora y se dirigió al primer seto que abordó con presteza comenzando una sinfonía de sonidos casi monocordes que nos había de acompañar a lo largo del día. Nada más comenzar, realizó un par de ajustes de velocidad y presión para calibrar la máquina adaptándola a los olivos y así optimizar la tarea de ordeño, evitando dañar las plantas en la medida de lo posible y al mismo tiempo dejando sin recoger el mínimo de aceitunas. Cada planta es importante y cada fruto cuenta.

    La mañana transcurría plácida y al mismo tiempo distraída viendo la máquina ir y venir como un mastodonte apresurado entre los setos. Cada vez que estaban casi llenas las tolvas laterales, una vez acabado de recoger el liño completo, el conductor se dirigía al contenedor y procedía a descargar las aceitunas, algunas de las cuales estaban enverando y tenían un suave color morado, aunque la mayor parte de ellas eran de un verdor esplendoroso. Y vuelta al tajo a seguir con la faena. En ocasiones sucedía que algún que otro conejo salía corriendo entre la maleza asustado por la ruidosa cercanía de la cosechadora que no dejaba rama sin remover ni hierba sin aplastar; el apresurado animalito quizás se toparía muy pronto con la cruda realidad del día, pues los cazadores merodeaban por doquier porque se había levantado la veda y los ladridos de los perros y los disparos se escuchaban unas veces por la orilla del río Guadalimar y otras a lo lejos por medio de la vega. Permanecer cerca del tajo era estar en lugar seguro.

    Algunos de los que pasaban por la carretera se detenían para ver trabajar la máquina y comentar lo mucho que ha cambiado la forma de hacer las cosas en el campo y asegurar que eso continuará así en el futuro y se mecanizará todo lo más posible, para luego volver al tema del tiempo, del mal tiempo, la pertinaz sequía y la falta que hacía que lloviese en abundancia. El día anunciaba agua y a media mañana comenzó una ligera llovizna que interrumpió la tertulia. Nos pusimos a cubierto pero la cosechadora seguía con su tarea y llenó el contenedor justo a tiempo para acabar la jornada a eso de mediodía porque había que evitar que la aceituna recogida y atrojada se recalentase, para garantizar la mejor calidad posible del aceite. Y nos fuimos camino de la almazara con la cosecha del día.

    Cuando llegamos estaba todo preparado para lavar la aceituna, pesarla y mandarla al molino de inmediato. Los trojes estaban limpios, las cintas transportadoras sin una mota de polvo y las máquinas relucían como si no hubiesen sido usadas jamás. El jefe de molino nos invitó a pasar al interior y ver el resultado del trabajo del año cuidando un olivar que acababa de dar sus primeros frutos. También era la primera molienda de la temporada y como por ensalmo comenzó a salir un chorro continuo de aceite verde, ese verde claro de la pulpa de aceituna que apenas ha comenzado a enverar. De inmediato tomó una copa y procedió a catar. Su gesto fue de satisfacción y luego nos hizo catarlo a todos. Lo que tenía aquella copa era aceite virgen extra temprano de calidad insuperable. Las primicias de un olivar de Torreblascopedro, molturadas en una almazara de la ciudad de Baeza. El aceite de Jaén, nuestra tierra.




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