Un año para no olvidar
A la hora de escribir este artículo nos encontramos a pocos días para que finalice el año y siempre tengo la costumbre de realizar una mirada hacia atrás, una visión retrospectiva sobre los hechos que hemos vivido durante estos largos doce meses, pero también sobre las vivencias y experiencias que hayamos podido dejar de vivir y de las que siempre (de ambas) podremos aprender. Es el sano hábito de recordar, de volver la vista atrás, de revivir el pasado reciente porque es en él donde está el comienzo de nuestra identidad y, es por eso, por lo que concedemos a la memoria una salida que aminore la carga de pesar sobrevenida de los dolorosos acontecimientos pasados y también de los hechos positivos. Es una forma de adueñarnos de la memoria y del olvido como sinónimo de inquietud de la ciudadanía ante la gran cantidad de episodios y hechos convividos que construyen una memoria individual y colectiva y nos acerca a la cruda realidad de lo ocurrido en este año que se acaba.
Hace muy pocos días de la tragedia de Valencia en nuestro país y no podemos olvidar la realidad: una auténtica catástrofe que ha causado un impacto profundo y de gran complejidad que requiere y requerirá de acciones públicas y comunitarias de gran calado. No podemos olvidar algo que ha afectado a tantas familias que han visto desaparecer sus viviendas, sus enseres y sobre todo a sus seres queridos. El daño material es irreparable, pero el impacto psicológico lo será aún más con el paso del tiempo. Esperemos que, como en tantos casos y ocasiones, los efectos de esta tragedia no se desvanezcan cuando la atención mediática se vaya disipando. No podemos olvidar, pero, sobre todo, debemos aprender de los errores cometidos para que no vuelva a suceder y aún más, no debemos olvidar las ayudas que las personas necesitan, no ya para volver a su vida anterior después de lo acontecido, sino simplemente para tener una vida digna que les permita superar lo sufrido garantizando el bienestar y la justicia social de toda la ciudadanía afectada.
Como educador que soy, no debemos olvidar que la educación juega un papel clave, no solo como herramienta de aprendizaje, sino también como guardiana de la memoria colectiva. Debemos enseñar a las generaciones más jóvenes que estas tragedias no son solo noticias pasajeras, sino que son historias humanas que persisten en el tiempo. Recordar significa de una manera u otra, comprometerse a que no vuelva a pasar lo mismo, a exigir que las ayudas prometidas se cumplan, y a no dejar que las personas afectadas enfrenten solas las secuelas de estas catástrofes.
El año se acaba y hay muchos hechos y acontecimientos que tampoco deben caer en el olvido. A nivel nacional la judicialización de la política nos está llevando a un callejón sin salida en el que las formaciones políticas acuden a los juzgados para deslegitimar al adversario por lo que sería conveniente no olvidar que muchas de las cuestiones deberían dilucidarse y resolverse en los órganos democráticos como el parlamento, en lugar de hacer un uso torticero de la justicia. La clase política está para gobernar o hacer una digna oposición y los jueces para hacer cumplir las leyes.
Es necesario que no olvidemos los supuestos casos de corrupción con los que nos han atosigado en este último año. La corrupción y las causas de su persistencia en las instituciones públicas podemos encontrarlas en la ausencia de castigo en las urnas. Por eso es importante no olvidar.
La ciudad y la provincia de Jaén sigue siendo una de las grandes olvidadas por los diferentes gobiernos de turno. Estamos cansados de hablar de las infraestructuras ferroviarias de un museo que languidece, de un tranvía que no sabemos cuándo funcionará, de unos presupuestos insuficientes, de una ciudad sanitaria y de la justicia fantasmas y de otras muchas cuestiones más, que nos llevan a un desencanto permanente que hace que perdamos las expectativas, aunque no necesariamente la esperanza. Tenemos como un sentimiento de amarga insatisfacción que no nos permite olvidar el año que se va.