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    29 abr 2017 / 11:20 H.

    Nos han acostumbrado tanto a esta crisis que somos capaces de tragar con todo. Anestesiados por su veneno subimos o bajamos empleo según turismo y hostelería, flotamos en la recuperación económica según el gobierno, y ponemos al mismo nivel buen tiempo en enero con sequía. Como un suero que nos hubieran inyectado en la vena, nos corre por todo el cuerpo una solución líquida inagotable de egoísmo, una mezcla de apatía e idiotez y un goteo intermitente de corrupción, desigualdad y mentiras que con el paso del tiempo ha terminado por ser adictivo. Una droga que mata a muchos y hace ricos a unos pocos. Como vulgares camellos nos han dado a entender que no se puede vivir sin ella, que no está en venta otra oportunidad y que la crisis es eterna. Nos mean y dicen que está lloviendo. Acostumbrados como los tenemos a que nos lleven donde ellos quieran, navegamos como los yonquis por las esquinas de sus cloacas en un viaje que ya ha ido demasiado lejos. O peor aún, demasiado atrás. La cosa se les ha ido de madre. El protocolo zombi del que tanto nos reíamos, vive en el congreso desde hace ya muchos años.