Tiempo que vivir

    15 sep 2025 / 08:27 H.
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    Después de las vacaciones de verano recuerdo cómo los alumnos presentábamos deberes en cuadernillos de colores, una suerte de partituras que mostraban la cadencia de unas largas tardes estivales. No puedo evitar pensar en la importancia de lo innecesario, de los tiempos muertos que se sucedían entre las partidas de cartas y la digestión previa al baño. El aburrimiento era un antídoto con un sabor horrible, queríamos huir de él pero nos permitía desconectar de las clases extraescolares y de los deberes que se acumulaban infaustos encima del escritorio. La vuelta al cole es el regreso a la rutina, a una reglas que sitúan a los niños cada vez más cerca del mercado laboral: horarios que cumplir, papeleo que cumplimentar y sillas que ocupar durante horas. Por supuesto, la rutina es importante, pero también lo es entender que el descanso no es solo sacar la cabeza mientras nadamos, es poder mirar al cielo solo por el gusto de contemplar el azul y blanco que nos recubre, una forma de revelarnos contra el reloj y no sentir que la vuelta al cole debe suponer claudicar al descanso, a la imaginación y a los pequeños momentos de plenitud vacía.



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