Tiempo impreciso
El tiempo que adorna las fechas centrales del estío, en no pocos casos, supone un viaje a ninguna parte con billete de vuelta. Lugares de inmediato regreso a la misma ilusión encadenada a la norma del acarreo diario, cuya maleta ha de andar presta para sucesivos desplazamientos de similar itinerario y respuesta un tanto imprecisa y la misma.
Decisiones que nada tienen que ver con el viaje de Virgilio emprendido en 1303, ni con los de aquellas familias romanas del imperio a sus villas de verano, pero tampoco, claro es, con los legendarios viajes, emprendidos a manera de aventura, por Marco Polo o Cristóbal Colón... Los viajes actuales, en todo caso, separados del impulso de aventura, pueden relacionarse con los de las familias romanas en meses que Konstantino Kavafis evoca en algunos poemas escritos hace ahora un siglo. Los viajes con propósitos culturales, guardan relación con la mirada del XVI y con una aristocracia habitada por el deseo de conocer mediante un empeño del que participan sus hijos a través del Grand Tour. Jóvenes de mentalidad anglosajona que, en cierto sentido, marcarían la doctrina de estos desplazamientos que, entre otras cosas, permiten lustre social y la contemplación de obras, lugares y monumentos... Por lo demás, contrapunto de los viajes actuales, hijos del momento y del discurso que puede desprenderse del aliento frívolo de una Europa, cansada y amenazada por ese gran leviatán que, lentamente, desea devorar los valores más identitarios de Occidente.
La burguesía de otrora, especialmente inglesa para más señas, troquelaba los viajes bajo el prestigio de Roma y la obligada visita a Venecia como paraíso de percepción, incluida la contemplación de su paisaje urbano cruzado por canales navegables. Imágenes llevadas a sus países a manera de valioso souvenir no asequible para los visitantes: la “Veduta”, que no es otra cosa que la representación pictórica del paisaje urbano dicho en italiano. Otro concepto de acercamiento al universo del paisaje, cuya respuesta procede también de maestros que, como el malagueño Moreno Carbonero tan vinculado a otros géneros pictóricos, deja piezas espléndidas dentro de este particular estilo. Obras deudoras de la elección del espacio exterior, cultivadas por soberbios artistas europeos, alguno de tanto fuste como el jiennense Manuel Ramírez Ibáñez (Arjona, 1856-Madrid, 1925), autor de obras, como la aquí reproducida, absolutamente lindera con el género aludido. Término, ahora escrito sin más complejo que el de no conocerlo debidamente. Desde luego, ajeno a su desdoro en la crítica de arte ejercida por quienes, demasiado afectados de positivismo y erudición, andan contagiados de esa mixomatosis manifestada en los conejos europeos infectados de un posvirus denominado “mixoma”. Quizás, solo digo quizás, uno de los alimentos nutricios significativos de cuantos centran el núcleo reflexivo más influyente del escritor José Saramago previo a su obra “Ensayo sobre la ceguera”.
Es lo cierto que la retomada y ahora masiva moda del viaje, sin ser excesivamente nueva, está siendo enormemente expansiva; cuyo seguimiento casi generalizado, además de la parte balsámica e informativa que según la moderna neurociencia pueda corresponderle, suele dejar en precario la economía de quienes practican semejantes hábitos a cambio de contar al regreso que han podido mirar la Gioconda a considerable distancia tras soportar no pocos empujones escuchando el ruido de cientos de cámaras fotográficas disparándose en el mismo instante y de idéntico modo. En fin, una serie de repentes individuales conformados al mismo tiempo, cuyo enorme tropel soportó mal Umberto Eco.
Aquellas asomadas a determinados lugares promocionados para sortear los avatares de estos viajes colectivos, hoy reciben el respaldo de una legión de grupos de turistas, cuyo comportamiento borra cualquier concepto de límite entre ciudadanos, enturbiando el posible conocimiento adquirido mediante esta búsqueda cultural y educativa. Repetido avatar de fuerzas muy sensibles a la hora de diseccionar lo verdadero y, en todo caso, lo visto o complementario. Esto es, entre el acercamiento a la naturaleza de las cosas y, de otro lado, el oropel que pueda desprenderse del mero impulso de singularidad y fiesta que estas pudiesen acarrear mediante este impulso. Un tiempo insólito e incómodo que tiene que ver también con la insatisfacción de ese sinnúmero de personas que no cesan en la búsqueda de aquella respuesta, un día surgida al calor de un pensamiento, una mirada, un libro..., pero que ¡ay¡ no cuajó en su día ni, posiblemente, le vamos a encontrar respuesta siguiendo la senda de este consumo en desorden que implica la presente idea de turistificación. Práctica que afecta también, no lo olvidemos, a los países de partida, cuyas economías se debilitan por esta vía que puede conducir a un futuro un tanto esquivo e incierto, pero también de reflexión y regreso al universo de lo antes interior.