Tendencia simplista

    14 dic 2020 / 16:24 H.
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    En un contexto social como el actual, en el que por causa de un factor exógeno como es la pandemia, sucede que estamos conviviendo, en un mismo escenario de crisis sanitaria y de restricción de libertades, nada menos que cinco generaciones diferentes, si atendemos a la segmentación que desde el punto de vista del consumidor hacen los analistas de marketing, los medios de comunicación o la propia sociedad, caprichosa muchas veces al tratar siempre de catalogar o etiquetar a las personas.

    Una normativa diferente en función del lugar de residencia y que es cambiante, en base a los resultados que con las distintas medidas se van obteniendo, es cívicamente aceptada por los Zeta (1994-2010) por los Millenials (1981-1993) por la generación X (1969-1980) por los Baby Boomers (1949-1968) y por los Silent (1930-1948). Y aunque no estoy seguro de que estas etiquetas se correspondan con la realidad, sino que considero que se trata más bien de una manera de tenernos a todos ordenaditos, de poder generalizar y de buscar una excusa para hablar de nosotros de una u otra manera; lo cierto, es que muchos de los que se divertían jugando al Comecocos y que se engancharon a series como Los Vigilantes de la Playa, conviven con otros que nacieron escuchando música en el iPod, y con otros que organizaban guateques al son de Luis Aguilé y también con otros que trabajaban y callaban y que ahora callados de nuevo, resultan ser “pacientes de riesgo”. En definitiva, un ecosistema de perfiles con una exigencia común: prudencia a la hora de aplicar las medidas y que las mismas se apliquen con la necesaria proporcionalidad.

    Cualquier medida que se implante o se modifique en esta crisis afecta a los ciudadanos, sus familias, sus empresas y sus economías, por lo que hay que estudiar en profundidad su implantación o modificación, así como explicar con transparencia el motivo de la oportunidad de estas medidas. En este escenario de comunicación política, tal vez justificada por nuestra heterogénea realidad social, es en el que nos encontramos día sí y día también, declaraciones de algunos mandatarios que parecen, por simplistas, testimonios de idiotas para tontos. Pero nada es por casualidad... los políticos de todo el mundo han ido abandonando el discurso racional y el pensamiento analítico y han decidido dirigirse a los, como hemos visto diferentes perfiles de votantes, con mensajes simples y elementales, pretendiendo transmitir un alto nivel de seguridad en lo que dicen, sea cierto o no.

    Es la interpretación de esos mensajes, la credibilidad y la relevancia que conceden a los mismos los diferentes segmentos poblacionales, lo que, una vez después y convertido en interacción a través de los diferentes canales o medios sociales que cada uno elige para comunicarse, provoca el sinsentido y la percepción de charla de necios para bobos. Comparecencias públicas, que cada día ofrecen menos share y menos grado de confianza.

    Pero lo cierto, es que estos discursos no son otra cosa que el resultado de utilizar la tecnología. Son el resultado de someterlos al test de Flesch-Kincaid por ejemplo, un algoritmo que mide la complejidad de los textos en función del número de palabras por frase y el número de sílabas por palabra. El objetivo es claro por parte de los partidos políticos: adecuar sus mensajes a todos los votantes, y ya hemos visto que conviven diferentes targets con necesidades y prioridades dispares.

    De igual modo, al competir en un mundo sobresaturado de información y entretenimiento, el captar la atención del consumidor obliga a la simplificación de los mensajes. El problema radica pues, en que al tener que dirigirse cada vez a un grupo mayor de votantes, su comunicación se estructura con una mayor simplicidad y alguna pretendida emocionalidad. Y esto no tiene nada que ver con sus habilidades comunicativas, sino con su necesidad de conseguir votos. Y en esto, la tecnología juega un papel fundamental construyendo discursos que, por ser comprensibles para la mayoría, resultan ser un insulto a la inteligencia.

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