Televisión y Beneficencia

26 may 2022 / 16:53 H.
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Para sentir con intensidad las emociones que genera un acontecimiento religioso, deportivo o taurino lo mejor es estar en el lugar donde se celebra. El que haya ido a las fiestas de San Marcos o a la romería de la Virgen de la Cabeza lo podrá confirmar. Existe también la posibilidad de vivirlos a través de la visión filtrada por las cámaras y contada por entendidos. Pero lo cierto es que hay sensaciones imposibles de vivir sin estar en el sitio en el que suceden. Eso no significa que un evento, por ser televisado, deje de ser interesante, ni que en un momento dado llegue a ser también emocionante. Lo comprobamos hace poco en la final de la Copa del Rey con la presencia del monarca en la tribuna. Toda España pudo emocionarse —o no, que hay gente “pa tó”— escuchando por la tele el himno nacional. Hubo rivalidad sin discordia, y hubo pasión, pero con respeto. Vamos, que más que en un campo de fútbol parecía que estábamos en una plaza de toros, donde se supone que también estará dentro de unos días Su Majestad. Si la final de la Copa es el evento de mayor enjundia en lo deportivo, la corrida de la Beneficencia lo es en el ámbito taurino. Hoy día, un acontecimiento para que lo sea de verdad, requiere la posibilidad de ser visto por cualquier español, viva donde viva y como viva. Por eso no tiene sentido que precisamente cuando se aprueba una ley que obliga a fomentar los toros, la corrida más importante de todas —programada en abierto desde que existe la televisión— solo pueda verse en un canal de pago. Con lo beneficioso que podría ser su emisión pública, tal como en lo deportivo lo es televisar —para todos— la final de la Copa del Rey, la de Roland Garros o la de la “Champions”. Una afición comprometida —y organizada— tendría que exigir que esa corrida se emitiese en abierto. Y hasta el propio Rey de España debería pensar que, pudiendo ser visto en el palco por todos los españoles —incluido el jubilado que no puede salir de casa ni le llega la pensión para canales privados— por qué dejarse televisar tan solo para unos cuantos. ¿Cómo promocionar la fiesta si “privatizamos” el principal de sus actos? ¿Cómo le preguntas a un chaval si le gustan los toros, cuando ya ni el abuelo los puede ver? ¿Cómo lo aficionarías a la música clásica sin televisar conciertos gratis? ¿Quién —de verdad— se beneficia hoy de la Beneficencia? Manolete —entre otros— la toreaba gratis porque los dineros —todos— iban a una buena causa. No había televisión entonces, aunque no tardó en llegar. Se acaba de cumplir el cincuenta aniversario de aquella corrida histórica, televisada desde Jaén para que el mundo entero pudiese ver a aquel fenómeno llamado “El Cordobés”. Medio siglo después se anuncia en la misma plaza otro prodigio taurino llamado José Tomás, que en eso de la tele no parece estar por la labor. La verdad es que si hay un espectáculo donde el arte está irremediablemente ligado al espacio y al tiempo, ese es la corrida de toros. Pero hurtar la posibilidad de que ciertos acontecimientos —sobre todo si son “reales”— puedan ser vistos por el mundo entero, reduce la trascendencia del instante y limita la admiración por los oficiantes. La marca España debería volver a vestir de luces si quiere brillar con fuerza. Como Chanel, que con su frescura y su chaquetilla torera, ha marcado la querencia y la tendencia.

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