Teléfono, teléfono

29 ago 2019 / 08:48 H.

Cantaba Gardel en aquel maravilloso tango “Que veinte años no es nada”. Y puede ser, no voy a afirmar ahora lo contrario, sobre todo si se trata de una canción que lleva acompañándome toda la vida, y aún me conmueve. Hace dos décadas, chispa más, chispa menos, lo del teléfono móvil —celular, como dicen en América o en algunos países de Europa— era una cosa que acababa de salir, aunque en las pelis cada vez aparecía con más frecuencia. Quizá precisamente entonces comenzó esa inflexión hacia la posibilidad —hoy realidad— masiva y popular del teléfono, niños inclusive. Todo el mundo recordará aquellos ladrillos con antenas desplegables que ejercían las funciones de conectarnos, aunque se iba un dineral, con la novedad de los mensajes de texto. Hay gente, no obstante, que no ha terminado de adaptarse, y casi preferiría que nunca se hubiera inventado ese chisme, que es siempre tan inoportuno, y te coja donde te coja, a cualquier hora, se puede tratar de una llamada que debes responder, o iniciar un chateo que en algunas ocasiones molesta a quien te acompaña. Eso es ahora bien típico, sí, y también se da que una llamada te salve de una situación incómoda, espoleándote a despedirte... Pero, como digo, hay gente a la que no le afecta, le llame quien le llame, sea el santo Papa de Roma que le marcase. Y lo peor, o mejor, según se vea, que nunca devuelve las llamadas. Las respuestas varían entre el “No lo vi, tengo muchas llamadas perdidas y no le hago caso al móvil”, y el “Sí, vi tu llamada, pero habían pasado días, lo fui dejando y al final, con una cosa y con otra, se me pasó”. El caso es que, señores, convendrán ustedes conmigo en que hay personas de todas las clases, gustos, y hay que amoldarse. Un grupo es aquellos que nunca están disponibles, ya sea que dé la llamada completa o simplemente anden desconectados, pero para lo que nos ocupa es igual, porque luego, cuando se trata a la inversa, resulta que sí, uno siempre atiende o devuelve sus llamadas, incluso sabiendo que no es urgente. ¿Habría que replantear el concepto de urgente? Me pregunto, un poco al estilo Woody Allen, si existe una explicación freudiana... Respecto a los mensajes, de las diferentes aplicaciones del mercado, no debemos olvidar aquellos que te dejan en visto, y no responden, o incluso los que disponen de la aplicación, sin usarla. Me preocupa saber si el problema es mío, esperando que me respondan o con la misma expectativa, pues no es menos cierto que esta sociedad de la insatisfacción permanente nos ha creado y criado —etimológicamente es lo mismo— bajo la ley del deseo de la respuesta inmediata, y eso no puede llevar peor contrapartida. De por sí nos encontramos expuestos a la intemperie de la fragilidad, la vulnerabilidad, y ya se sabe que en la era de las telecomunicaciones habitamos cada uno en nuestra torre de marfil, con el ego mega-afilado y creyéndonos seres especiales, independientes y autónomos, que no debemos nada ni necesitamos a nadie... Pero entonces, a ver: ¿Para qué te dan su móvil? ¿Para qué lo llevan en el coche, en el bolso o donde sea, si no le hacen caso o se les queda sin batería —vaya excusa— tan a menudo, no lo atienden o no responden, excepto raras veces, las llamadas? Y lo más gracioso, porque cuando te dan su número o hablan de su relación con el teléfono, espetan un “No suelo responder, pero tú insiste”.