Tecnología de la conexión
Subo por un sendero empinado con Bakunin, uno de mis perros nietos que me sigue como un lazarillo. Descubro un banco y me siento a descansar entre el silencio y el vértigo del vacío. Abajo un cormorán cae en picado. No muy lejos se ve África. Llevo cerca de un mes... iba a decir aislada, pero en realidad estoy conectada aunque no escuche la radio, ni vea la televisión o las redes sociales porque me parece que todas utilizan la misma táctica: amplificar el miedo y el dolor que producen la codicia, la rapacidad y la guerra. Con los míos sí hablo. Antes de salir, el mejor pediatra me hace una videollamada a la que se une nuestra nieta que pinta garabatos mientras me repite marcando cada sílaba para que me entere: “Tata a Tatá Nené”. Como soy una abuela listísima, le pregunto qué va a pedir en su carta a Papá Noel, pero ella cambia de inmediato su atención hacia alguna de esas cosas pequeñas como átomos. En ocasiones en la conversación se cuela el nombre de un político o un conseguidor de actualidad que está creando revuelo, pero pronto se disipa, como aquella bruma en el horizonte que se une al ritmo y al flujo de la marea, en un momento lila y abstracto, con anticipaciones del alba.