Teatro del bueno
Que decía el polémico Mou sobre los acólitos del ahijado Pep. Aseméjenlo a la reunión del todopoderoso Trump —con pronunciación, se lleva decir Donald en español y Trump en neoyorquino— con el defenestrado Zelenski. O del condescendiente americano con el prepotente ucraniano. Los puntos de vista: desde lo alto de la silla, cuales novios besándose en su boda, o desde el subsuelo, cual recién divorciado abandonado tres años después. Con las primeras noticias de la entrevista entre ambos —los mandatarios, no los ex—, sentí vergüenza, rechazo y aprensión al que es más flamenco que Falete en una entrevista de Telecinco. Trump es chulo porque puede, pero ¿debe serlo el “presi” de la nación más potente del mundo? Jodido papel, el del invadido por Putin. Los medios se encargaron de mostrarlo como un pobrecito; ya con la entrevista completa no necesitas la subjetividad adherida de la política editorial del medio en cuestión. Y ahí te das cuenta de que el gris puede ser claroscuro, casi blanco cual faz de Iniesta o más negro que la alineación del Madrid. Pudo ser una obra orquestada. Una humillación histórica. O un pataleo desesperado. Saquen sus conclusiones cuando tengan veraces informaciones. O no. Hagan lo que quieran...