Tambores cercanos

    14 abr 2019 / 11:09 H.

    Ya retumban los timbales de las huestes políticas, vuelven los cantos de sirenas, los heraldos de la ilusión perdida y la regeneración sublimada, retornan los salvadores de la madre patria y los padres patrióticos del pueblo, los veremos ataviados con sus mejores galas de verbos orlados en plata fina y ofrendas de refinada textura. Volverán con sus tamboriles festivos y bulliciosos a intentar prender alguna llama en el candil de nuestro corazón votante, en nuestra desesperanza latente.

    Procesionarán por nuestras calles y por nuestras noticias de seres escuchantes poco oídos, desfilarán con banda, bandera y música, ufanos y con dramaturgias impostadas. Los contemplaremos, a unos, enarbolando sus promesas ardientes, y a otros, sus cirios de promesantes. La pasión nos embelesa, la pasión nos impele, un torbellino de emociones encontradas nos turbará el ánimo postrado, mientras truenan los tambores anunciando sangre santa, sudor costalero y urnas lacrimatorias. Hay que tener fe, esperanza y caridad ante esta manifestación de prodigios, hay que solapar nuestros recelos, hay que creer en la redención, en la sincera contrición y en la ausencia de corrupción. La fe mueve montañas, y el sufragio procura ocultar patrañas.

    Transmutemos pues, para nuestro bien, nuestros cuerpos pecadores en fulgurosos capullos de primavera, en gentiles incensados, en fervientes tamborileros. Que nuestros clamores respondan y reafirmen nuestra compleja idiosincrasia, seamos sin más, las voces que nos identifican y sustantivan, que viva el “Abuelo”, que viva la república “manque pierda” y que vivan los cuatros puntos cardinales de mi tierra. Dadnos un programa o un pregón donde apoyarnos, y nuestras magras carnes moverán el mundo, poseemos el ungüento esencial, el aceite vital, la corona de olivo imperial.

    Tenemos reserva espiritual y vinos enjundiosos para afrontar este insoslayable vía crucis que nos acontece. Siendo lo que somos, y estando donde estamos, ningún mal puede quebrarnos, ningún viento nefasto podrá arrastrarnos, atesoramos la naturaleza del junco orillero, flexibilidad y perseverancia en la firmeza.

    Que no nos mueva a espanto, pues no será milagro, sino curioso espejismo, si vemos a algún próximo candidato subir la Carrera montado en borriquilla en olor de multitudes este Domingo de Ramos. Dicho lo cual, señores políticos y pregoneros, yo, mismamente, me retiro para alumbrarme, que aquí no hay más cera que la que arde.