Sucedió una noche

    16 feb 2025 / 09:39 H.
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    Me dijo que nunca mentía, que, llegado el caso, simplemente cambiaba de conversación. Le dije que, entonces, su conversación tenía que ser de lo más interesante y variada. Me dijo que sí, que era capaz de hablar de cualquier cosa y en cualquier momento. Paseábamos la madrugada de un día de verano exprimido con fluidez y tino, prolongando nuestro encuentro en aquella fiesta en la que ninguno de los dos conocíamos al anfitrión. Ella se iba, aburrida de su acompañante, del ambiente y de la música pinchada inmisericordemente por un imbécil sin criterio. Yo me iba, cansado de mí mismo, de la noche y de la vida. Coincidimos en el ascensor y comentamos el calor que nos envolvía, posado sobre la ciudad desde hacía varias semanas. En la calle, echamos a andar en la misma dirección, intercambiando frases insustanciales. Le dije mi nombre. Me dijo que el suyo me lo diría más tarde, si es que al final le resultaba simpático. Al llegar a la plaza, me cogió de la mano y así, unidos por el azar, la atravesamos en silencio. Me preguntó dónde vivía. Se lo dije. Se lo pregunté yo a ella. No me lo dijo. En mi portal, me besó con poderío, consciente, serena. A la mañana siguiente, compartimos un café y, mientras se vestía, le pregunté otra vez su nombre. Hoy va a llover, me dijo.




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