Somos tan imbéciles

    26 abr 2025 / 09:40 H.
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    Se han cumplido cinco años de la muerte de mi padre, este aniversario ha traído a mi memoria recuerdos que trato de olvidar, pero que siguen ahí, grabados a fuego. Fue el 20 de abril de 2020, justo el año de la pandemia, cuando muchos ancianos morían solos en las residencias, en los hospitales e incluso en sus casas. Tuve la inmensa fortuna de poder acompañarlo en sus últimos días en el hospital. Recuerdo ese entierro triste, sin velatorio ni funeral, tan solo los hermanos frente al nicho. No hubo mortaja, siempre llevará puesta aquella fina bata de hospital con la que lo metieron en el ataúd. Ya sé que no se necesita nada tras la muerte, pero aún siento el frío serpentear por mi espalda cuando lo recuerdo. Fueron momentos trágicos para muchas personas que vieron truncarse sus vidas para siempre, que siguen vivas, pero que perdieron a seres queridos, a veces, más de uno. Aun así, la pandemia no nos hizo mejores ni nos enseñó a pensar en los demás. Los ancianos siguen viviendo aislados en las residencias, como si fueran un estorbo para nuestra sociedad. No nos hemos planteado un cambio de modelo, porque somos tan imbéciles que preferimos ignorar que nosotros también llegaremos a ser viejos e iremos ocupando el sitio que ellos dejen libre.



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