Somos de colores

    26 ene 2020 / 11:48 H.
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    Déjame el lápiz color carne! es una expresión que, fruto de la inocente percepción de un niño, muestra esa “libertad de visión” que luego perdemos. Descubrir “colores en el viento” era una de las estrofas con que Pocahontas nos invitaba a ver el mundo con tonos que, aplicados en el espejo de la propia piel, son capaces de reflejar mucho más que la mera orgía entre melanocitos y melanosomas para infusionarse con el concepto que ofrecemos de nosotros mismos y con el que los demás nos aceptan o no. Los colores nos han marcado extendiendo sus tentáculos a lo largo del tiempo y del espacio. Y lo siguen haciendo. En aquel listado de coloraciones con que nos empujaron al conocimiento racial del mundo existían el blanco, el negro, el amarillo y el cobrizo. Nunca nos dijeron si el orden en que se nos ofrecían era o no determinante pero ahí estaban dibujados con sus rasgos subrayados y elevados a la enésima potencia. Después vinieron las huchas del Domund y ahí ya pudimos observarlos en 3D, pasearlos por calles y avenidas y pelear incluso por el color que más exótico nos parecía.

    El color carne, definitivamente, no es uno. Ni siquiera trino. Y, además, como decía el refrán, depende no solo del cristal con el que se mira sino también de la manera de pensar y el modo en que cada ideología tinta las retinas. Los medios norteamericanos han destacado estos días que se ha nominado al Oscar a un actor “de color” que nos pilla muy cerca. Y, desde nuestra óptica, solo hemos podido preguntarnos si será rosa palo, café canela, tostado calabaza, salmón cerúleo, castaño siena o marrón sésamo la piel de nuestro Antonio Banderas en contraste con el “blanco USA” que, tal parece, es el estándar para denominar a los oriundos del lugar.¡ Colea aun el nombramiento de la directora general de Igualdad de Trato y Diversidad Étnico-Racial después de que la primera elegida —de color blanco— renunciase al cargo en favor de una segunda —de color negro— para dar visibilidad a las “mujeres pertenecientes a colectivos racializados".

    El color, según esta apreciación política, racializa y, por tanto, abre nuevas formas de discusión a pesar de que, como cantaba Mocedades, “libre es el color de la verdad, mi color, tu color, color verdad”. No dejemos que el color nos aparte de la luz. No olvidemos que, como dice la canción, “somos de colores, no tenemos ni
    nombre. Pero tenemos algo que por la noche se esconde: Es un gran sol, un sol dorado”. Que ese sol no nos haga cerrar los ojos o, peor aún, añadir catalizadores a nuestras reacciones. Los colores no marcan la piel, ni los escaños. Tampoco la mirada, ni las manos dadas al otro. El color “carne” es, en realidad, el color “verdad”. La mía, la tuya, la de todos.

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