Soledad y consumo

11 dic 2024 / 10:00 H.
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Lo que más llamaba la atención de las imágenes que podíamos ver en la televisión de la Rusia soviética, eran las colas de personas en la calle. De las distintas imágenes que recuerdo de mi adolescencia, me llamó la atención la respuesta dada por una mujer con su gorro de pieles para el frío al periodista, que solo podía preguntar cuestiones banales, “¿por qué esta usted en esta fila? Porque se debe estar vendiendo algo”. No era posible consumir en cualquier momento, menos aún elegir. En nuestra transición a la democracia podías escuchar en los grupos de amigos que la ventaja de la democracia era poder entrar en la entonces Comunidad Europea, porque se podrían comprar coches alemanes que eran buenos. La conclusión era que la democracia y ser europeo suponía consumir. Nadie analizaba la garantía de los derechos sociales que aporta el Estado del bienestar por ser ciudadano europeo y su carencia en el caso del totalitarismo soviético. En el actual discurso político se ha instalado la idea de “por el consumo a la libertad”. Queremos creer que somos libres porque podemos acceder al consumo. Valoramos nuestra felicidad, satisfacemos el impulso consumista inmediato como alternativa para superar la frustración de no alcanzar lo que deseas, lo que te han dicho que puedes ser. Es placer inmediato, emoción, creencia de felicidad. Apariencia de éxito, eres alguien. Todas las personas creemos que la igualdad es que podamos tener acceso y experimentar el consumo. Lo que no percibimos es que se compite para ello y que nos hace ser individualistas carentes de identidad social. Objetos de consumo y lucro. Simples medios para la especulación del capitalismo financiero, despojado del sentido humanista del capitalismo tardío en el que se fundamentaron las democracias. Como objetos finales de consumo, el fin de las empresas está en maximizar nuestro deseo del mismo; como un número más y no la atención a tus necesidades y deseos. De ahí que se sustituyan a las personas que atienden y valoran la necesidad de estas por chatbot que generan respuestas en la probabilidad de que sea lo que quieres oír, no lo que realmente necesitas saber. No hay atención, no hay acompañamiento, ni siquiera compañía como solo presencia. No hay amabilidad, solo respuestas políticamente correctas. Al otro lado no hay alguien que pueda aproximarse a tus emociones, que trate de empatizar o comprenda que es la ayuda y menos aún la solidaridad. Al contrario, remite a un laberinto sin salida que no te facilita hablar con un ser humano. Es la Soledad instaurada como pauta de relación social a nivel mundial por quienes gobiernan realmente; las corporaciones internacionales. Buscamos atención en redes sociales, entregando nuestros datos e ideas procesados por inteligencia artificial al servicio de corporaciones. Esto refuerza el individualismo y desvía la crítica hacia lo banal, transformando la democracia en la posibilidad del consumo acrítico: elegir entre canales, redes o ideas sin cuestionar si van contra nosotros como seres humanos, tensionando y agrediendo al que no es como yo. Un tiro en el pie a la Libertad y Derechos humanos. “Es que el dogmatismo separa y aísla, aunque parezca lo contrario. Donde cien personas pretenden creer y pensar lo mismo no cabe asociación; se agregan, pero no se combinan; se suman, pero no se multiplican”. Unamuno. Bienvenidos a 1984 de Orwell



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