Sin luces no hay feria

    19 oct 2025 / 08:57 H.
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    Hay quienes creen que dejar de aprender es señal de haber llegado a la cima. Pero lo cierto es que, en el mundo de hoy, quien deja de aprender empieza a bajar... aunque no lo note. Es como ese feriante que cada año monta la misma caseta sin cambiar las luces: al principio brilla igual, pero poco a poco se apagan los focos y el público se va a la de al lado.

    Esta semana he tenido la oportunidad de participar en la presentación de un programa de mejora y actualización directiva dirigido a managers y mandos intermedios de Jaén.

    Una propuesta seria, moderna y adaptada a los nuevos tiempos, que busca precisamente eso: mantener encendidas las luces del liderazgo. Pero, sorprendentemente, muchos de los invitados encontraron motivos para no sumarse.

    “Ahora no tengo tiempo”, “yo ya he pasado por muchos cursos”, “a mi edad no estoy para volver al pupitre”, “esas cosas son para los jóvenes”... Frases que, en realidad, esconden algo más profundo: miedo. Miedo a cambiar, a reconocer que el mundo ya no funciona como antes, a volver a empezar.

    Lo paradójico es que ese miedo no evita el cambio, solo nos deja fuera de él. Alvin Tofle, escritor y sociólogo estadounidense ya lo advirtió: “Los analfabetos del siglo XXI no serán los que no sepan leer o escribir, sino los que no sepan aprender, desaprender y volver a aprender”. Y eso vale igual para Silicon Valley que para cualquier despacho de la provincia.

    Porque el verdadero reto de nuestras empresas —de nuestras cooperativas, de nuestros hoteles, de nuestras pymes familiares, de nuestros políticos— no es sobrevivir, sino evolucionar. Y para eso no basta con experiencia; hace falta curiosidad, humildad y valentía.

    Jaén, en estos días de San Lucas, ofrece una buena metáfora. La feria no sería lo que es si cada año se hiciera igual. Cambian las casetas, los artistas, las luces y hasta los precios de los churros, pero el espíritu sigue ahí: el de encontrarse, el de celebrar, el de renovar las ganas. ¿No debería pasar lo mismo con nuestro modo de liderar?

    En los últimos tiempos, acompañando a diferentes equipos en procesos de transformación, he visto repetirse los mismos obstáculos: el mito del experto (“si dudo, pierdo autoridad”), la cultura del error invisible (“mejor no hablar de lo que salió mal”), o la idea de que formarse es un castigo más que una oportunidad. Pero también he visto lo contrario: managers y profesionales que se atreven a preguntar, que comparten aprendizajes, que convierten los fallos en combustible para mejorar. Y cuando eso pasa, el cambio se nota. En el ambiente, en la motivación, en los resultados.

    Lo decía el autor y pensador Peter Senge: “Una organización inteligente no sólo se adapta al cambio, sino que es capaz de generarlo a través del aprendizaje colectivo”. Y esa debería ser nuestra meta. Crear culturas donde aprender sea parte de la identidad del equipo. Donde los errores se compartan sin miedo. Donde los veteranos enseñen, pero también escuchen. Porque, en el fondo, dirigir bien hoy es como llevar una caseta en la feria: hay que escuchar al público, probar cosas nuevas, ajustar los ritmos, cambiar la música cuando el ambiente decae. No se trata de hacer más ruido, sino de conectar mejor.

    Y quizá este San Lucas sea un buen momento para pensarlo. Entre un paseo por el ferial y una tapa en Las Tascas, tal vez convenga preguntarse: ¿cuánto hace que no aprendemos algo de verdad? ¿Cuánto hace que no miramos nuestro trabajo con ojos nuevos?

    La experiencia es un tesoro, sí. Pero si no se renueva, se convierte en un museo. Y Jaén no necesita más museos vacíos de contenido: necesita movimiento, aprendizaje, cambio. Así que, antes de que se apaguen las luces de esta feria, tal vez sea el momento perfecto para encender las del conocimiento.

    Porque el futuro —como el buen ambiente en la caseta— no se improvisa: se prepara, se ensaya, y se aprende.

    Y este San Lucas, en vez de quedarnos mirando cómo bailan otros, quizá toque subirnos al escenario.

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