Silogismo de esperanza
Para adentrarse en la realidad conocida o por conocer, los aristotélicos idearon el concepto de universal del que derivó el silogismo como fórmula probatoria respecto de las cuestiones que se les planteaban. Ellos supieron eludir las generalizaciones y por lo mismo no incurrieron en la torpeza de confundir los casos aislados con la causa general. Si utilizaban el término mayor, este debía de modularse con el término medio para conseguir una aceptable conclusión. Con alguna modificación, tal teoría se ha mantenido vigente hasta mediados del siglo XIX, en la lógica occidental. Actualmente, en la contienda política, se han incrementado las simplificaciones, de manera que vivimos una sociedad de urgencias, incapaz de compartir las propias perplejidades, en la búsqueda de un progreso equidistante del amparo capitalista y de una social democracia, venida a menos. Por una u otra orilla, se ha instalado la descalificación como universal, la artera animadversión, contra el adversario como si ello fuese prueba, entre los intervinientes políticos, de conocimiento y altura de liderazgo. Tal vez, la primera secuela que se infiere de esta confrontación, es la de constatar que existe una tendencia a creer las informaciones que se adecuen a nuestras convicciones por infundadas que sean, y a cuestionar el relato que las rebata por fundamentado que esté. En ello se basa a veces la deleznable estrategia de los partidos políticos: el infundio, la falsa atribución de comportamientos delictivos, la cochambre del primo-hermano de su mujer. La deriva política es desalentadora. Silencio absolutamente cómplice de las democracias occidentales frente al genocidio televisado de los últimos meses de que hace alarde Israel contra el pueblo palestino y libanés. Si contabilizamos resultados: incremento de pronunciamientos ultraderechistas, en media Europa, aparición en occidente, de perfiles tan inquietantes como Trump, éxito político de personajes de la ultraderecha, en Alemania, Hungría, Francia, Polonia. Quizás como adelantara Haro Tegglen en la “Agonía del Socialismo científico”, reflexión publicada hace estos días 40 años, ha de seguir el declive, la perplejidad, de la social democracia. Pero en otro tiempo quienes nunca fueron partidarios de la dictadura del proletariado, ni toleraron la violencia sobre territorios, con la idea de que, tras la conquista, se produciría para ellos un futuro mejor, quienes evolucionaron, por imperativo de criterios democráticos hacia un sistema de progreso, aunque este se dosificara mediante pequeñas conquistas (prevalencia de intereses de la clase trabajadora, prioridad de la lucha por la igualdad, feminismo, migración...) quienes así fueron, debieron de admitir que junto al demos se categorizara lo social. En última instancia, se impone la adopción de un sencillo silogismo: sólo la democracia conduce al progreso/ disfrutamos al menos de un sistema democrático/ luego, al menos, caminamos al progreso. Formalmente, el silogismo no está bien construido pero me vale, como silogismo de la esperanza.