Siempre hay futuro

    01 sep 2017 / 10:34 H.

    Durante las vacaciones las gentes se relajan y tienden a hablar de todo lo divino y lo humano sin importarles demasiado arriesgar en sus opiniones mientras disfrutan de una copa y una tapita en el chiringuito de cabecera junto a la orilla del mar. Escuchar al desgaire esos diálogos desinhibidos mientras se ojea el periódico o se lee el último e inoportuno mensaje en el omnipresente móvil es un arte difícil de practicar sin caer en la tentación de emitir algún juicio de valor que podría poner en evidencia al sufrido oyente que intenta pasar desapercibido sin tomar partido en imprudentes conversaciones ajenas que las más de las veces también resulta inevitable tener que soportar. Sin embargo, en ocasiones resulta por demás instructivo analizar toda la filosofía de vida que en esos coloquios se vierte sin pudor porque en ellos se puede bucear en la más auténtica forma de ser de nuestra sociedad y el modo en que nosotros mismos la percibimos. Y sin lugar a dudas el español medio contempla España con pesimismo, casi con menosprecio, sin que sea capaz de llegar a valorar apenas un ápice la historia pasada, la realidad presente y el futuro inmediato. No es extraño que cualquier persona de nuestro entorno afirme que este país no tiene remedio, que las cosas van cada día de mal en peor y que no ve la manera de arreglar la situación como no sea acudiendo a soluciones extremas que pasan por poner todo patas arriba y hacer “tabula rasa” de todo lo construido hasta el momento. Esta forma tan zafia de pensar y proceder se extiende cada vez más y sobre todo es especialmente virulenta cuando acontecen hechos que merecen la más absoluta repulsa y son motivo de preocupación y terror como los que acabamos de sufrir hace unos días. Pero en modo alguno resulta procedente actuar con mezquindad encerrándonos en nosotros mismos para ahondar en el abatimiento colectivo y flagelarse de forma indiscriminada por la sencilla razón de que siempre hay un futuro más halagüeño que alcanzar si nos ponemos a ello con ahínco y aprendemos a valorar todo lo que atesoramos y el potencial que somos capaces de poner en valor con nuestro trabajo.

    La historia nos dice que somos un pueblo que siempre ha actuado como crisol de amalgama de culturas diferentes que con el paso del tiempo hemos sabido asimilar y transformar en nuestra propia cultura, ese modo de ser que nos llevó a ser un imperio de quijotes y sanchos. Dos palabras tan españolas y tan universales, quijotes en el sentido más noble y desprendido de la condición humana y sanchos apegados a la tierra, a los sentidos más sencillos y a los hechos más prácticos, dos conceptos que unidos definen nuestra auténtica esencia. Y sobre estos mimbres hemos de pensar y actuar para aprovechar todas las oportunidades que se nos ofrecen en el mundo actual, donde somos vistos como un pueblo con valores, con empuje suficiente para poder construir riqueza, un pueblo en el que se puede confiar y al que otros pueblos están dispuestos a ofrecer oportunidades de toda índole y comerciar con él, porque hoy en día España es una sociedad solvente que realiza proyectos complejos en todo el orbe. Solo hay que abrir los ojos y examinar la ingente cantidad de infraestructuras y obras de gran envergadura que están realizando empresas españolas en otras naciones. Y qué decir de las inmensas posibilidades de desarrollo que nos ofrece nuestra lengua, una de las más habladas de la tierra y más utilizadas en internet, de nuestras obras de arte, de nuestros paisajes, de nuestra vasta cultura, de nuestra ingente literatura, de nuestro excelente clima, de nuestra variada y rica gastronomía, valores todos que unidos hacen que seamos uno de los países más visitados e incluso admirados del mundo. Sí, a nuestro alcance tenemos un futuro halagüeño porque tenemos un pasado grandioso, una manera de ser y una realidad que atraen a los demás y que aunque nosotros no sepamos valorar, está ahí, a la vista de todos. En los momentos difíciles es cuando hay que mantener alto el ánimo y evitando la complacencia de pensar que se es mejor que los demás, sentirse orgullosos de la propia identidad.