Sentimiento revolucionario

    09 nov 2022 / 17:17 H.
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    Supongo que la frecuencia de aquello que nos sorprende como debate político, conquista social o análoga es cada día más persistente o, si se quiere, menos insólito. En ocasiones lo llamamos progreso, evolución, cultura... Es igual, lo primero nos puede significar sorprendente porque con tal ocasión identifiquemos un nuevo derecho, lo último porque con toda probabilidad sea la cultura el único resorte para traer los populismos a la ideología. Ocurre que para quienes reflexionamos sobre los nuevos conceptos políticos que nos sobrevinieron, en las dos últimas décadas, no resultan ya operativas herramientas del pensamiento como reacción o defensa frente a quienes postulan una ideología recalcitrante que solo la mueven imperativos religiosos o morales. No nos vale ese relativismo de Protágoras que situaba al hombre como medida de todas las cosas, no nos vale esa “homomensura” del filósofo sofista que tuvo su continuidad en el Renacimiento y más tarde en la Ilustración. Hemos de pensarlo, aunque sólo sea, a efectos didácticos: Si la idea de homo, en su versión más amplia de la igualdad absoluta de todos los géneros, es negada por quienes no aceptan lo sorprendente nada nos vale la “mensura”. Se trata de intentar reformular conceptos que están completamente evolucionados, constatar los nuevos derechos que entrañan y, defendiéndolos, encontrar la cobertura legal más adecuada para su vigencia. Pero eso ya debe entrar en el ideario de los partidos políticos, sin olvidar que los relatos ofrecidos por la izquierda o por la derecha son más que ideologías, aspiraciones emocionales, singularmente en los periodos electorales. La narrativa que triunfa al parecer en media Europa es la populista que atribuye a formaciones políticas, progresistas toda clase de prohibiciones y límites en desarrollos legislativos que la derecha ha considerado catastrofistas: estoy recordando la ley del aborto, los límites a la ley “Trans”, la propia ley que regula la eutanasia... Se admite que tal narrativa es errónea, y tampoco es una teoría científica pero sí se proyecta en estados de ánimo que acaban imponiéndose en la formación de la opinión pública que es en definitiva, quien define las elecciones. Cabe interrogarse ¿a qué se debe que sectores importantes de la clase trabajadora voten a personas y postulados de la derecha? A otros solo les queda la vergüenza que, como dijo Marx es un sentimiento revolucionario.

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