Sensaciones en el Águeda
La tarde se deshacía en el suave murmullo de sus aguas, el lento recorrido apenas se dejaba escuchar. Las orillas desplegaban una gran alfombra donde el césped crecía, y se resistía a abandonar aquel rincón de ensueño. El cielo azul, un bordado mantón de nubes blancas. El agua azucarada pasaba levemente ante mis ojos admirados de aquel lugar de sensaciones. El viento era una dulce brisa que apenas se notaba, dejando su ligera caricia sobre la piel del río. Los fresnos abriendo en un abrazo verde las ramas de sus copas, los alisos en su altitud callados, los álamos mecidos por el viento...
El verano se había posado sobre el entorno dejando descansar a las noches. El amanecer sobre sus aguas era un compás de versos de tonalidades suaves, la luz llegaba tenue y paulatinamente, naciendo muy despacio en el reloj donde avanzan las horas. Bajo el puente tus aguas se pintaban de verde, reflejando las diferentes hojas de los árboles que, regalando sombra, embellecen aún más el paisaje. Formando una cubierta de una umbría agradable, apacible y
serena. Qué sensaciones recorrían mi corazón aquella tarde, qué dulce ver tu entorno reflejado en tus aguas, la vegetación posada sobre ti.
El canto de las aves, las garzas de cuello alto y sus pisadas rojas, su plumaje mullido de color ceniciento y un blanco profundo. Se bañaban en una pequeña comunidad, formando una bandada nadadora. Los niños chapoteaban en esa angosta orilla donde la arena había ocupado un pequeño espacio entre tu agua y el verde de la hierba. Mientras las golondrinas bebían del frescor de tu corriente. Pasabas mirándome como queriendo decirme algo. Enseguida entendí que me llamabas, para deleitarme con tus aguas, y yo acepté encantada esa invitación tuya. La temperatura de tus gotas sobre mi piel, menguó rápidamente el calor que se había extendido en mí, y enseguida, noté la fresca sensación de tus caricias. Ay qué dulce compás me llevaba mientras el agua transparente de tu cauce refrescaba la tarde calurosa.
Los pececillos iban y venían y los grandes barbos parecían llamarlos,
previniendo el peligro en las proximidades de la orilla.
Aquella tarde azul soñé despierta, y tú me regalaste un sueño de cristal, de murmullo, de azúcar y belleza.