Segura sin fiestas

28 oct 2021 / 16:17 H.
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Si hay un pueblo en el mundo donde el comportamiento cívico forma parte intrínseca de la manera de ser de sus habitantes, ese es Segura de la Sierra. Si no fuera porque sus inquilinos tienen que salir a otros núcleos de población más conflictivos, el cuartel local con vistas al Yelmo sería el destino ideal de cualquier guardia civil. Paradojas de la vida, en todos los municipios se ha abierto la mano permitiendo procesiones, conciertos, fiestas, jolgorios y demás esparcimientos, —también toros— menos en Segura “capital”. Un grupo de vecinos —que sumados treinta, no treinta mil, ya están todos— preocupados por el progresivo declive y la rebaja del apoyo recibido en los últimos años a lo que son sus fiestas y tradiciones más significativas, redacta un escrito y pide permiso previo para poder reunirse, fundar una asociación que las defienda y, de paso, poder escuchar a los músicos locales y echar algún baile, que ya iba siendo hora. Pues no. Ni baile en la “aserradora”, ni toros en la plaza —lleva ya seis meses levantada— ni procesión en la calle, ni música para la diana. La indignación no ha llegado a mayores aunque sí la tristeza de la diáspora segureña que año tras año vivimos con el deseo de encontrarnos en las fiestas de la Virgen del Rosario. El serrano en general es de cabreo contenido. Gente de poco ruido y no muy dada a meter follón. A lo mejor tiene que ver en eso la altura y la hidalguía caballeresca que persevera en el ambiente después de tantos siglos. Pero eso no quita para que a los de dentro y a los de fuera no nos duelan estas cosas. Todo el mundo se alegra de la celebración de nuevos eventos —aeronáuticos o musicales— que engrandecen el pueblo y lo hacen más atractivo y más rentable. Pero Segura tiene también unas celebraciones propias íntimamente arraigadas y de un valor inestimable. Y unas y otras no solo son compatibles sino complementarias. Ningún evento anda solo sin ayuda pública y privada, y menos aún en la llamada España vaciada. Y es obligación de las instituciones apoyar iniciativas innovadoras y creativas que generen nuevas actividades. Pero sin dejar desamparadas manifestaciones culturales propias tan importantes como las fiestas patronales, que constituyen el elemento vivo más importante de lo que se viene en llamar tradición. Un concepto, por cierto, muy defendido por un prestigioso y olvidado segureño, Martín Pérez de Ayala, que bien merece un homenaje antes de que caiga también víctima de la nueva moda de desacreditar ilustres personajes de nuestra historia. Para quien no lo sepa, Don Martín, que nació en Segura el 14 de noviembre de 1504, es el que convertido en escultura de piedra, antes de llegar a la Fuente Morena, dirige cada tarde su mirada pensativa hacia el horizonte por donde se pone el sol. Pero que hace quinientos años fue el teólogo y humanista español más considerado por el propio emperador Carlos V. Segura es un pueblo bonito, sí. Pero Segura es mucho más que eso. Segura era y sigue siendo la cabecera histórica y cultural de una comarca bien definida, cuyos habitantes reservan los primeros días de Octubre para reencontrarse con la más serrana de sus tradiciones, y que con su Virgen y sus toros ha servido siempre para mantener unido en el tiempo el mejor de los patrimonios: su gente. La misma gente que quiere recuperar ahora su sitio en la plaza.

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