Se equivocó la paloma
Cuesta ponerse en la cabeza de aquel Rafael Alberti que en 1975 dio a conocer en la Fundación Rodríguez Acosta, por primera vez, aquellas “liricografías” bajo el título “Nunca fui a Granada”, nacidas como homenaje a Federico. Criaturas y paisajes atravesadas por las palabras y en cuyos contornos el dolor de la memoria es advertido por centenares de alfileres que estiran el temblor imaginado, las manchas y los colores en disputa de su íntima tribulación. Hoy esas pinturas están expuestas en la sala itinerante de la casa familiar del Puerto de Santa María, donde se encuentra gran parte de su legado. Abotargado por el carácter lúdico que acompañó a la imagen del poeta tras su retorno del exilio, lo cierto es que su obra y su vida transcurren bajo el tormento que trajo el triunfo civil del fascismo en la España y la Europa de los treinta, con las terribles consecuencias que esto supuso para el desarrollo cultural de esa nueva manier que emergía con las vanguardias.
Hubo una España fracasada en la paloma de Alberti, sueño y vida en la noche antagónica, entre el deseo capital y lo que acaba desmoronándose bajo la propia responsabilidad y la que acontece fruto de la facilidad con que el mal alcanza tantas veces sus objetivos, su poder, su gratuita militancia. “Se equivocaba. Se equivocaba”. Asesinado Federico, se hizo tarde para muchas cosas. Lo mismo que se hace tarde en esta España de ahora, mucho menos famélica y desigual que la de entonces, pero envenenada por los mismos zumos que tienen al proyecto europeo en la UCI de la Historia. La izquierda española actual tiene a mi entender un problema con el concepto de la paz. La complejidad del momento económico no quita razón a la inconveniencia de la guerra. De esta y de todas. Pero ¿Qué hacer? ¿Cómo librar el órdago que ha de afrontar Europa? Probablemente Donald Trump acabe con la guerra en unas semanas. ¿De verdad lo hará desde los postulados del pacifismo? ¿Alguien que promueve sacar a una niña con cáncer de una ambulancia camino de su salvación para ponerla de patitas en la frontera de México podría pasar por un ángel de la paz? ¿Alguien que autoriza sin reservas a Netanyahu a lanzar un vil ataque aéreo sobre la población civil de Gaza en plena tregua merece su consideración de pacificador? Ninguno de los políticos del arco parlamentario que dan amparo al Gobierno ha cuestionado de momento la presencia de bases militares estadounidenses, toda vez que los intereses de la administración norteamericana pasan ahora por debilitar los valores del mismo territorio que necesitaba para neutralizar la afrenta del bloque soviético tras el telón de acero. Si Norteamérica y Moscú son ahora aliados de facto, ¿hacia dónde apuntarán ahora los misiles de Rota?
Nuestra izquierda es responsable también de este nihilismo social en que nos encontramos. Alejada como nunca de las clases populares a las que levantaba el mismísimo Miguel Hernández, se hace imperdonable la falta de valentía en el debate estético de las grandes artes, reduciendo la acción política a generar nichos de desencanto en asuntos que nada afectan al núcleo duro del debate ideológico, como criminalizar a quienes alguna vez hemos sentido el escalofrío irracional de una buena tanda de naturales de José Tomás o reírse de quienes se dejan atrapar por la luz umbilical de algunas tradiciones a sabiendas del vacío que sostiene la compleja argamasa de sus artificios, mientras toda una genealogía cultural antifascista sigue sepulta en la gran escenografía del consumo. Mientras se acata y justifica la pestilente xenofobia de Junts en el reparto de niños migrantes, como éxito negociador de la coalición gubernamental. “No hemos hecho nada para que no haya fascistas. Nos hemos limitado a condenarlos gratificando nuestra conciencia con nuestra indignación; y cuanto más fuerte y petulante era nuestra indignación, más tranquila se quedaba la conciencia”. ¿También se equivocaba Pasolini?