Retorno a Ítaca

    04 dic 2020 / 16:26 H.
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    Vivimos en tiempos convulsos y lo más conveniente que cada uno de nosotros podríamos hacer en esta situación para beneficio de todos sería mantener la calma, respirar hondo para intentar oxigenar el cerebro social y razonar profundo para encontrar el rumbo que nos lleve de vuelta a Ítaca. Nada de eso se estila hoy y por esta sencilla sinrazón seguimos caminando hacia el abismo.

    Cuando una sociedad permite que los pilares fundamentales sobre los que está construida su estructura sean erosionados una y otra vez sin que ningún estamento de poder constituido, utilizando los mecanismos democráticos necesarios sea capaz de detener esa agresión continua, se puede afirmar que dicha sociedad ha emprendido el viaje sin retorno que la llevará al desastre. En esta encrucijada, en la cual hay que decidir entre la vuelta a los valores tradicionales mediante el respeto a las leyes o continuar con el desorden instituido sobre la laxitud de las nuevas costumbres, si no existe un conjunto de valores que a modo de timonel ético asegure el rumbo entre Escila y Caribdis, solo queda el recurso de seguir la loca aventura soportando toda posible desventura hasta sucumbir sin remedio y olvidar para siempre ese lugar común, ese hogar ansiado donde nos entendíamos hablando la misma lengua, esa Ítaca ideal donde encontrábamos el progreso, la seguridad y la paz.

    Y llegados a este punto, la pregunta que sería necesario plantearse es ¿cuáles son los valores que siendo fundamentales hoy están en almoneda? ¿Qué cualidades son exigibles a los gestores de la cosa pública? Hablemos de los políticos actuales y vayamos por partes, en primer lugar, la decencia. Según el diccionario de la RAE decencia es en su tercera acepción: Dignidad en los actos y las palabras, conforme al estado o calidad de las personas.

    No es digno, quien miente una y otra vez para conseguir sus objetivos. Siempre se ha dicho que el fin no justifica los medios. Por muy importante que sea el fin, no se justifican todos los medios aplicables para conseguirlo y mucho menos hacerlo faltando a la palabra dada. Como ejemplo, durante los últimos días hemos escuchado decir que conseguir aprobar los presupuestos es el objetivo final sin que importe con qué socios haya que contar para hacerlo. Eso no es decente y mucho menos cuando existen caminos alternativos; solo sería ético si antes no se hubiese prometido a los votantes que jamás se apoyarían en ellos. Hay un refrán que dice, dime con quien andas y te diré quién eres.

    En segundo lugar, honradez en su acepción de no robar. En esta sociedad, por desgracia para todos, se puede decir que la honradez es una cualidad muy rara, porque el valor que se atribuye a las personas va en función de aquello que son capaces de conseguir, en especial poder, que para muchos es el trampolín ideal para conseguir riqueza que es el fin último al que dedican todos sus afanes. Con el trabajo honrado se consigue vivir con honor, pero eso no parece ser importante, porque la escala de valores vigente es amoral cuando no inmoral. No son honrados aquellos partidos políticos o cargos singulares que se valen del poder para conseguir comisiones por adjudicaciones públicas, colocar a sus allegados sin cualificación suficiente en puestos remunerados y manejar los resortes del poder para allegar votos por medio del clientelismo político. En tercer lugar, lealtad y respeto a las leyes. Es necesario actuar con lealtad al juramento o la promesa con la que se accede a un cargo público. Las leyes hay que cumplirlas mientras están vigentes, y en caso de no estar de acuerdo con ellas seguir de manera escrupulosa y democrática el procedimiento establecido para cambiarlas. No es de recibo saltarse la ley o hacer dejación de funciones cuando alguien, sea quien sea deja de cumplir con ella. El peso de la ley debe ser igual para todos. Con estas premisas imprescindibles para regenerar la vida pública, e invirtiendo con carácter prioritario una buena parte de los recursos disponibles en sanidad, educación e investigación, ahondando en la práctica de una justicia social igualitaria que favorezca a los más necesitados y respetando las ideas de todos, quizás se podría intentar enderezar el rumbo de esa nave a la deriva que hoy por hoy es este país y así emprender el retorno a Ítaca.

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