Ramón Barea

09 jul 2025 / 08:54 H.
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Lo mejor de esta profesión de cómicos, sin duda, es encontrar en el camino a personas de talento enorme y trayectoria inmensa que te brindan su apoyo y su amistad. Conocí a Ramón Barea en la presentación, dentro del ciclo Encuentros con el cine español, de una de las películas que ha dirigido —“El coche de pedales”— y a pesar de mi timidez le abordé para entregarle uno de mis libros, recién editado en aquel momento —“Esencia patria”—, que consideraba que tenía cierta relación con la historia que acabábamos de ver. No suelo hacer ese tipo de cosas, pero había coincidido, previamente, con Ramón en varios encuentros profesionales, y aunque nunca había hablado con él, me parecía una persona muy afable y cercana.

Años después, cuando decidimos poner en marcha Salalapaca, teníamos un referente claro, un modelo a seguir, el Pabellón 6 de Bilbao, espacio escénico impulsado por Ramón Barea, por Irene Bau y por otros profesionales del teatro vasco, que
es una iniciativa ejemplar en la que los propios creadores dinamizan la cultura
escénica, tratando de mantener cierto nivel de independencia con respecto a
las administraciones públicas.

Ramón es buena gente, y todo el mundo habla bien de él. Es uno de los profesionales más queridos del gremio, y también es un inmenso creador, que practica todas las variantes posibles de la creación escénica y audiovisual. Es autor de obras teatrales a reivindicar, como la desternillante “Pecata Minuta”, que también tiene versión cinematográfica. Ha dirigido magníficas puestas en escena como “La ratonera” de Agatha Christie, “El viaje a ninguna parte” de Fernando Fernán Gómez o “La lucha por la vida de Pío Baroja. Tal vez hayáis tenido la suerte de verlo en alguno de sus personajes teatrales inolvidables, haciendo de Max Estrella, o del Quijote, o de Montenegro, o de Allende y Pinochet. Aunque sin duda es más conocido por sus interpretaciones en “Cinco lobitos”, “Yo adicto”, “Su Majestad” o “Negociador”, por mencionar solo algunos ejemplos de sus más de cien trabajos como actor de cine y televisión.

Y sobre todo es un cómico de los de toda la vida. De esos que están dispuestos a hacer kilómetros y kilómetros para acudir allí donde le llaman, a presentar una película, o a rodar un cortometraje con algún joven director o directora con mucho más talento que presupuesto. O a apadrinar un pequeño festival de pueblo. Ramón es un heredero aventajado de esa vieja tradición de los Cómicos de la Legua, y así se llamaba precisamente uno de los primeros grupos que fundó —del que también formó parte el recordado Álex Angulo—, hace más de 50 años. Desde entonces continúa, Ramón, empujando el viejo carro de los comediantes por caminos llenos de baches, salvando pendientes y zanjas, empeñado en continuar su incansable viaje a ninguna parte. Y en definitiva, la generosidad de Ramón es inmensa, y yo he tenido ocasión de comprobarlo varias veces. La primera de ellas, cuatro años después de abordarle tras la presentación, en Jaén, de su película, cuando recibí una llamada suya citándome para una reunión y contándome que quería montar mi obra. El resultado fue magnífico, y desde entonces, pese a la distancia, percibo a menudo una bonita corriente amistosa que sopla desde el norte. ¡Eskerrik asko! ¡Olé! Y Seguimos... por muchos años. ¡Qué oficios! ¡Qué oficios! ¿Verdad, Ramón?

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