Quería creer en la paz
Pretendía ofrecer un análisis exhaustivo y riguroso del tratado de paz recientemente firmado entre Hamás y el Gobierno israelí. Mi intención era abordar lo viable del proyecto para Palestina presentado por el presidente de los EE UU. Asimismo, consideraba coherente la decisión del presidente de mi país de abstenerse de la venta o adquisición de armamento a Israel. Percibía la moderación del líder de la oposición como un intento de cohesionar su partido. Me resultaba particularmente alentador que una significativa parte de la intelectualidad de mi país considerara los acontecimientos como un genocidio. Observaba con interés la autoproclamación de la extrema derecha. Experimentaba satisfacción por el regreso de los rehenes a sus hogares. Me resultaba positivo que los países vecinos hubieran flexibilizado sus normativas cívico-religiosas. Apreciaba que el Nobel de la Paz no hubiera sido otorgado a un individuo que exhibe un comportamiento autoritario. Con estas reflexiones, aspiraba a transmitir un mensaje de esperanza, júbilo y alegría para el pueblo palestino, sin embargo, me encuentro incapaz de hacerlo. Probablemente, esta dificultad se derive de mi incapacidad para encontrar una forma de restituir la paz a los veinte mil niños fallecidos en Gaza, muertos en nombre de una paz construida sobre los cimientos del mercado y el fanatismo.