Profundamente avergonzado

    12 jun 2024 / 09:14 H.
    Ver comentarios

    El término latino “verecundia” evolucionó al castellano antiguo “vergüença”, al italiano “vergogna” y al español actual vergüenza. Se define como una turbación del ánimo ocasionada por la conciencia de una falta o acción deshonrosa y humillante. Un sentimiento de vulnerabilidad de uno mismo frente a otros que le hace bajar la cabeza, evitar el contacto visual, sonrojarse y encogerse sobre sí mismo. Pero, a veces, la vergüenza no es propia sino ajena, en cuyo caso nos hace sentir pudor, incomodidad, rechazo ante la acción de un tercero, nos dibuja en el rostro un rictus de aversión o desagrado y hasta juramos que nunca creímos que llegara a tanto. Vergüenza ajena es lo que llevó a César a pronunciar aquellas palabras que han pasado a la historia en referencia a que su esposa Pompeya debía estar por encima de toda sospecha: “La mujer de César no sólo debe ser honesta, sino también parecerlo”. Cierto, aunque otra Pompeya, casos hay muchos, podría contestar que César no sólo debe parecer honrado sino también serlo, repartiéndose entonces los roles de indignidad que, a menudo, producen una alteración del estómago que incita al vómito. En suma, ruindades propias o ajenas que hacen que uno se sienta completa y profundamente, no enamorado, sino avergonzado.



    Articulistas
    set (0 = 0)