Preocupaciones y ruido

    06 abr 2020 / 16:26 H.
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    Desde hace muchos años, el hombre, en su denodado afán por conseguir lo más difícil todavía, estudia la forma de escuchar el silencio y con ello seguir superando los retos que la naturaleza parece ponernos a nuestro alcance. Para tratar de conseguirlo, se han construido a lo largo de los años las llamadas cámaras anecoicas, espacios en los que algunas empresas han intentado aislar el sonido hasta tal punto que se consiga escuchar el silencio. Microsoft ostenta el record de haber construido la cámara más silenciosa del mundo. Se trata de una especie de bunker con seis capas de cemento que se encuentra flotando sobre casi 70 amortiguadores que impiden cualquier contacto directo con el edificio exterior donde se sitúa. Un lugar que desafía las leyes físicas para tratar de conseguir el aislamiento acústico y en el que el visitante a este hermético espacio, en ocasiones se siente extraño, sorprendido e incluso indispuesto, cuando comienza a escuchar su sistema circulatorio y nervioso. Su propio cuerpo es lo que oye en el lugar más silencioso del mundo. Una vez más, la naturaleza nos muestra que está siempre ahí y nos recuerda que el silencio no existe. El hombre, de forma consciente en muchas ocasiones e inconsciente en otras, es quien modifica el natural ruido que la naturaleza regala al que tiene la ocasión de encontrar algún lugar recóndito o algún momento especial para experimentar el disfrute de lo que sería lo más parecido a un silencio real. Desde hace ya veintiún días, la naturaleza y el silencio parecieran haberse mixturado en una perfecta armonía que nos regala momentos especiales, para desde el balcón o la terraza y preferentemente durante las primeras horas del día y a la caída de la tarde, disfrutar de algo que sí está en nuestra mano: la tranquilidad. Una situación sobrevenida por una pandemia que, aunque no nos resta rabia, miedo o dolor, sí que nos regala la posibilidad de experimentar calma y serenidad. Hoy en día este valor, que es sinónimo de bienestar, se está perdiendo por la cantidad de preocupaciones del mundo actual. Preocupaciones que provocan ruido. Pero no el ruido que de forma tácita asociamos a contaminación acústica propia de grandes ciudades, sino el ruido que hacemos empresas y particulares al opinar con absoluta vehemencia sobre temas para los que no estamos cualificados. Ruido éste que encuentra su particular hábitat en la televisión y en las redes sociales. Si tenemos en cuenta que desde que se inició nuestro confinamiento y según el informe Digital Consumer 24 hours Indoor de Nielsen, los españoles pasamos de media el 47% de nuestro tiempo conectados a Internet, es decir el equivalente a más de tres días a la semana, y si además sabemos que el consumo de horas de televisión ha pasado a ser de casi 20 horas en promedio semanal, es sencillo intuir que es a través de estos canales; donde particulares jugando a ser analistas, científicos jugando a ser políticos, políticos tratando de ejercer de sociólogos, empresarios imitando a publicistas o aburridos actuando de humoristas; encuentran un ecosistema en el que su falta de talento o sus actuaciones impostadas por el simple hecho de no pertenecen a ese hábitat, producen ruido que en ocasiones confunde y en otras ofende. Y aunque cada uno en su perfil publica lo que quiere (faltaría más) y a través de cualquier pantalla, consume lo que le apetece, no es menos cierto que lo que este ruido está provocando; tal y como recoge el resultado de un estudio global de la consultora Kantar sobre las actitudes de los consumidores, los hábitos de los medios y las expectativas durante esta pandemia del Covid-19, después de haber examinado a más de 25.000 consumidores en 30 mercados diferentes; es una absoluta falta de confianza. Confianza que únicamente se restablece apelando a la información contrastada y seleccionando contenidos de valor aportados por profesionales cualificados. En definitiva, tratando de encontrar en nuestra particular cámara anecoica, esa tranquilidad que cada día nos regala la naturaleza, ahí fuera, tras la ventana.

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