Poesía, versos y ripios

Tuve la suerte de que mi primer maestro en la educación primaria, mi inolvidable Guillermo Llera, fuese un amante de la poesía y, entre los obligados libros de texto, él añadió ese tesoro de poemas que era el libro “Recitaciones escolares” de Ezequiel Solana. Aún recuerdo muchas estrofas de bastantes poesías de históricos poetas de aquel libro. Y ahí, pienso yo, nació mi amor y admiración por la poesía, la buena. Porque la poesía, como casi todo en la vida, está bastante adulterada y hay quienes creen que buscando la rima entre bailaba y cantaba ya ha hecho un poema. Dice la Academia Española de la Lengua que poesía es la expresión artística de la belleza con palabras especialmente supeditadas a la cadencia, medida y ritmo del verso. Yo, muy modestamente, añadiría que también es muy importante el sentimiento. Ya saben que yo a lo largo de mi vida he hecho muchas cosas, casi todas relacionadas con alguna rama del arte. He sido, y sigo siendo, un aprendiz de todo y no he llegado a ser maestro de nada. Pero de los miles de trabajos que realicé la verdad es que algunos merecen la pena, sobre todo en la caricatura. También sentí la obligación de expresar a veces mis pensamientos y mis sentimientos en verso. Para mí la poesía ripiada es bastante fácil, ya saben que el humor es una de mis señas de identidad, pero también hice algunos poemas muy sentidos. Precisamente hace pocos días he publicado en las redes dos de estos poemas, uno escrito hace más de 50 años, cuando nació mi hija mayor, y otra hace más de 25, tras nacer mi nieta. Me ha sorprendido la afectuosa acogida que ambas han tenido. Y no voy a negar que yo mismo he vuelto a emocionarme cuando las he releído después de tantos años. La poesía debe hacer pensar y sentir y no siempre el alma está disponible para crear un poema. La afición por escribir poemas está muy arraigada en casi todos los seres humanos. Es tan inevitable este impulso como el de cantar en la ducha. He conocido y conozco a muchas personas de nuestra tierra que escribieron poesía. A quien más recuerdo es al que fue mi gran amigo Felipe Molina Verdejo, quien en uno de sus últimos libros, “Piedras angulares”, me dedicó un soneto que rezuma una sátira repleta de humanidad. Tampoco olvido al maestro de Pegalajar, Francisco Almagro, quien también me tuvo en cuenta en varias de sus publicaciones.