Pintor del alma del Condado

    26 ene 2022 / 16:47 H.
    Ver comentarios

    A primeros de mes visité la Exposición Antológica de Pedro Merino Megías, el gran pintor de Navas de San Juan. Ya tenía referencias suyas, pero, del folleto que cayó en mis manos, me atrajo el panegírico que de la figura del artista y su obra hacía su propia hija Eva, arquitecta de profesión y diestra en el manejo de la pluma. Y fui. No soy experto en artes plásticas, pero sé si algo me gusta o no y, tras admirar la excelencia de la colección desde sus primeros escarceos de adolescente, con predominio del dibujo, hasta la madurez del último cuadro, tuve que reconocer que no era pasión de hija. Los elogios hacían justicia a lo expuesto y aún se quedaban cortos. Cuando alguien define tan bien como lo hace Eva la pintura de Pedro Merino, uno casi no se atreve a opinar porque está todo dicho y solo cabe regocijarse en la contemplación y emocionarse ante tanta belleza. El folleto se puede leer en internet. Va comparando Eva cada atributo de su padre como pintor con un lienzo famoso: Coherencia, como un cuadro de Mondrian; pasión, como El Beso de Klimt; equilibrio, como Las Meninas de Velázquez, etcétera. No sobra ni un calificativo. De todos ellos destacaría el compromiso, porque del conjunto se adivina que Pedro es un pintor comprometido con su tierra, sus costumbres, sus formas de vida y su evolución, que queda muy bien reflejada en las faenas agrícolas, una temática constante en su trayectoria. Desde sus bellos desnudos femeninos de espaldas, que invocan al tacto, hasta sus olivos, tan majestuosos, tan laboriosa y minuciosamente auténticos, nadie ha sabido captar como él el alma del Condado. Dos notas más: Artista polifacético difícil de encasillar pero encandila su realismo, puro o mágico. Tal es su dominio del color y el detallismo en cada pincelada que a unos metros cualquiera diría que el retrato o el paisaje son fotografía, y el objeto, palpable. Tan consciente es Pedro Merino del parentesco que le lleva a desarmar esa impresión en el espectador con inscripciones del tipo “esto no es una pipa”. Al contrario de lo que refiere Cervantes de Orbaneja, aquel pintor de Úbeda, que “si por ventura pintaba un gallo, escribía debajo: “Éste es gallo”, porque no pensasen que era zorra.” Y dos: Pedro pinta también en los marcos, como si lo excelso de la obra transcendiera los márgenes del lienzo.

    Articulistas