Persistencia del machismo

    15 ene 2017 / 11:41 H.

    Qué obstaculiza a la inmediata extinción de las secuelas asesinas que produce el machismo? Si las instituciones y amplios sectores de la sociedad la reclaman, si se han promovido iniciativas legislativas y policiales adecuadas, aunque insuficientes, si cabe constatar un palpito generalizado de solidaridad hacia las víctimas, ¿cómo es posible que no se consiga una desaceleración de tanto y tanto atropello, con epílogo sangriento o solo ultrajante? Tal vez sea incurrir en lugares comunes. Pero lo haré: indagar sobre el propio concepto de machismo desde una perspectiva de suma complejidad pero con posibilidad de subrayar aquellos elementos físicos, psíquicos o culturales que resulten determinantes en la agresión del hombre hacia la mujer. Causa sonrojo el diagnóstico sobre machismo que ha pregonado un desinformado o reduccionista obispo de la Iglesia Católica que hace consistir el fenómeno en la prevalencia de la fuerza física del hombre que en ocasiones es malo, que tiene mala condición. Tal simplificación perturba y oscurece la solución que, reiteramos, es absolutamente compleja. Por machismo, hay que entender, en principio, que es una actitud que de forma explícita o implícita considera que el sexo masculino es superior al de la mujer lo que constituye una marginación de ésta, en la sociedad. Lo que significa también una postura de dominación, es decir, un ejercicio de poder sobre ella, de manera que, en esta aterrada superficie del mundo, el predio dominante lo ostenta el macho y el predio sirviente la mujer. Pero lo más destacable es la circunstancia de que esta convicción existe desde siempre y que, por tanto, se encuentra ínsita en esa cultura de dominación; hasta hace pocas décadas no aparecen movimientos sociales que sostienen la utilización de la Biblia que los hombre realizan para subyugar a las mujeres; la aportación básica de la vida, según el libro de los libros la ofrece el hombre, reservando a la mujer la condición de mero receptáculo de tal aportación. La ortodoxia mantenía el papel de las mujeres en el hogar dado por Dios; así ha sido en el judaísmo, y en el cristianismo o acaso puede ignorase cómo se describe a Dios, en la Biblia y en el cristianismo, en términos asociados a la masculinidad, asignando a la mujer un papel netamente secundario. Así también en el judaísmo, en el islamismo... Tales convicciones han arraigado no solo en el hombre para justificar una cultura de dominación que se haya clavada a ese inconsciente colectivo que diría Jung, sino en la propia mujer para aceptar la sumisión. Cierto que esta contracultura ha evolucionado y ello se dice, sin que no existan involuciones puntuales: en Rusia se tolera, hoy mismo una paliza a la mujer, al año. De esta reflexión me permito inferir algunas conclusiones: A) Por machismo debe entenderse una actitud permanente de dominación del hombre hacia la mujer ejercida de forma omnímoda: física, psíquica, económica, política, laboral etc., existiendo modos oblicuos que no presentan apariencia de agresividad pero que son peligrosamente dominadores. B) Frente al machismo se ha de incentivar, sobre todo la cultura de la igualdad. C) Debe categorizarse la ecuación de a mayor democracia, menor índice de machismo. La solución momentánea no es posible porque exige, como se ha dicho, la asunción por los hombres de una cultura de la igualdad.