Perdemos el tren

    21 jun 2019 / 11:24 H.

    Hace apenas 190 años, cuando se inauguró la primera línea de ferrocarril del mundo, uniendo las ciudades de Liverpool y Manchester, la hora de cada población la decidía el reloj municipal. Trataban de ajustarse a la hora solar, aunque, como todos sabemos, el sol se mueve dirección este–oeste, por lo que, concretamente, sólo en España existe un gran desfase de la hora solar dentro del territorio. La hora oficial, en el caso de Jaén, era la que daba el reloj de la Torre del Concejo, que, para quien no la conozca, es la torre que está adosada a la iglesia de San Juan. La titularidad de la atalaya se la disputan el Ayuntamiento y el Obispado, tratando de aclarar, además, si la ciudad tiene servidumbre de paso al torreón a través de la iglesia de San Juan. Aunque los lectores no se lo puedan creer, el reloj oficial de la ciudad de Jaén lleva años averiado. (“Cuchi”, como los nuevos relojes digitales que acaban de poner por el centro y dan la temperatura que a cada uno le sale de sus patillas). Esta atalaya en la Edad Media estaba junto al Ayuntamiento de la ciudad vieja, y tiene una campana que antaño se tocaba para convocar a la ciudadanía en momentos solemnes, para dar los turnos a los regantes de las huertas y para avisar de los ataques de los musulmanes o de los incendios. La calle Ayuntamiento, que conduce al templo, se denomina así en recuerdo del tiempo en el que las casas consistoriales estaban en esta parte del casco urbano. Después de este apunte de historia de nuestra querida y olvidada ciudad, continúo con el tema horario. En aquellos años, como venía diciendo, cada localidad tenía su propia hora, por lo que los viajeros se veían obligados a cambiar la hora de su reloj y sincronizarlos con el de la localidad. Fue el tren el invento que obligó a que se tuviesen que sincronizar todos los relojes de un país y, posteriormente, del mundo, para poder saber exactamente a la hora a la que se cruzaban y evitar accidentes. Este invento que hizo que el mundo se modernizara, uniendo puntos geográficos en tiempos mínimos, y que propició que prosperara y avanzara nuestra civilización, es el que ha acabado de demostrar, para quien tuviese la más mínima duda, el lugar en el que se encuentra nuestra provincia para la clase política. Mientras la comunicación ferroviaria está siendo prioridad absoluta en todas las provincias limítrofes de la nuestra, a nosotros, teniendo la situación geográfica privilegiada que tenemos, se nos consigue esquivar. Han tenido que hacer verdaderas obras de arte de ingeniería para poder inventar nuevas rutas y evitar el paso por lo que, hasta ahora, era la puerta de Andalucía y va a quedar convertida, si no lo remediamos los cuatro viejos que vamos quedando, en la puerta de paso para Andalucía y de entrada al erial de desolación, tristeza y abandono en el que han convertido nuestra provincia. No voy a entrar en enumerar las cifras vergonzantes (para el que tenga vergüenza) en las que se mueve nuestra provincia, ni las cifras concretas de trenes que hemos perdido en las dos últimas décadas, ya que salen todos los días en los medios, sólo quiero decir que no estoy de acuerdo en que tenemos lo que nos merecemos. No, no y no. Han sido los políticos de todos los colores, comenzando por el ministro y alcalde de nuestra ciudad, José del Prado y Palacio, quienes, a finales del siglo XIX, cuando se estaba realizando la base de la Red Nacional de Ferrocarriles, hicieron que el nudo principal de acceso a Andalucía no se encontrase en nuestra capital, como hubiese sido lo lógico, sino justo en el centro de su finca de Espeluy. De este señor para adelante, todos más de lo mismo. Qué ingenuos fuimos cuando pedimos que soterraran las vías para que no cortasen el crecimiento de nuestra capital, como han hecho en todas las capitales de provincia de nuestro alrededor. Aquí, como somos más chulos, y en vez de soterrar las vías se han encargado de enterrar el tren entero y, si nos descuidamos, con pasajeros incluidos, para evitar así un montón de pensiones.