Pendientes de Puigdemont
Las elecciones europeas demostraron que siempre hay una derecha a la derecha de la derecha, con la irrupción del extravagante partido de Luis Pérez “Alvise”, circunstancia que trata de aprovechar Pedro Sánchez en su discurso (¿del miedo?), pero el presidente se enfrenta ahora al inicio del nuevo curso político con la desaparición de Sumar, no oficial pero sí real, partido convertido en una ensoñación de Yolanda Díaz, y con Carles Puigdemont, que ha dejado el drama (aquel referéndum del 1-O) y ha apostado decididamente por la risa (su huida de cine el día de la investidura de Salvador Illa el ocho de agosto). Puigdemont ya no reta ni a España ni a Pedro Sánchez, porque en Waterloo ha dado un salto definitivo a la irrealidad, sino a las ficciones novelísticas y teatrales, y a Albert Boadella, director de Els Joglars. Boadella me contó en 2016 en el madrileño Teatro Marquina que en 1977 lo condenaron en un Consejo de Guerra a pena de cárcel tras el estreno de ‘La Torna’, pero que, cómico de raza, fingió sentirse enfermo, lo trasladaron a un hospital e ingresó en una habitación con la puerta permanentemente vigilada por un policía con uniforme gris, y Boadella se jugó la vida cruzando por una repisa, a varios pisos de altura, hasta la habitación de al lado, para darse a la fuga.
La huida de Puigdemont no es una peripecia política sino teatral. Los Mossos activaron ese ocho de agosto un dispositivo que contaba con 600 agentes, un helicóptero y tres equipos con unidad de drones. Pero los Mossos han quedado ante la opinión pública como los protagonistas de “Loca Academia de Policía”. Puigdemont se inspiró en el cine, sin duda, en la planificación de su huida. Cuando bajó del escenario luego de pronunciar aquel breve discurso en las proximidades del “Parlament”, fue envuelto por una treintena de dirigentes de Junts, todos tocados con un sombrero de paja blanco, y esa forma de confundir a la Policía parece recogida de la sensacional película “El secreto de Thomas Crown” (1999), protagonizada por Pierce Brosnan, que encarnaba a un multimillonario caprichoso y seductor que roba obras de arte por afición, y se vale de una tropa de hombres con bombín para confundir la vigilancia policial y perpetrar su mayor fechoría. El personaje interpretado por Brosnan actuaba en aquel momento por amor, pero Puigdemont ya no se sabe lo que persigue, salvo su propia supervivencia como político/cómico después del congreso de Junts convocado para el otoño, en el que un relanzamiento de la estrategia independentista únicamente será posible con la participación activa del ex “president”. Puigdemont, pues, nos entretuvo el verano, y resultaría un personaje significativo de novela, pero resulta un peligro en la vida real. El Gobierno de España depende de un histrión. Desde el PP han deslizado: “Antes los independentistas solo mandaban en Cataluña y ahora mandan en España”. La nueva financiación de Cataluña a ciencia cierta se ignora si es singular o no, según se escuche a Pere Aragonés o a María Jesús Montero. Pero la financiación de las comunidades debe garantizar que un niño de Los Villares tendrá idénticas oportunidades que otro de Sitges. El curso político arranca casi con la certeza de una nueva prórroga de los Presupuestos, con el Ejecutivo paralizado, y con el gentío a un paso de exclamar lo que aquel personaje de la película “Amanece que no es poco”: “¡Yo no aguanto este sindiós!”.