Pasándose a cuchillo

24 feb 2022 / 16:51 H.
Ver comentarios

El término “Reconquista” está ya desfasado. No había nada que reconquistar, es decir, nada que volver a conquistar, porque no había existido una entidad que se reconociera como tal antes. Me refiero, obviamente, a la supuesta España medieval, término falaz donde los haya, falsario y extremadamente peligroso, que deberíamos descartar de una vez por todas. El destino universal de la patria, por tanto, nunca existió. La historia no es lineal, ni posee carácter retroactivo, pues no se deben aplicar las categorías actuales a otros periodos pasados, del mismo modo que no podemos juzgar desde el punto de vista moral lo que hasta hace bien poco era habitual, o conductas que a lo largo de las centurias se han visto “normales”, pero que ahora ya no se permiten, al menos en las sociedades occidentales. El proceso de falsificación que las identidades nacionalistas insuflaron en los manuales, desde el Romanticismo del siglo XIX hasta hoy, léase el caso, por ejemplo, del independentismo de Cataluña, es notorio y deberíamos tener mucho cuidado. Se necesita, en ese sentido, una revisión urgente desde el consenso y el sentido común, de ciertas consideraciones altamente tendenciosas que se han extendido en la historiografía escolar, derivadas de la degradación de la educación, puesta lamentablemente en manos de 17 autonomías, cada una arrimando el ascua a su sardina... Desde la desintegración del califato de Córdoba, en el siglo XI, hasta finales del siglo XV, la península estuvo dividida en reinos musulmanes y cristianos. La conquista de territorio de los reinos cristianos no respondió a un propósito nacional o impulso unitario de responsabilidad histórica de España frente al invasor sarraceno, sino a un natural avance de anexión de un territorio donde anteriormente rigió la fe de Cristo, eso sí, delimitado por la frontera natural de la península, frente a África. Pero no fue sencillo ni rápido. Precisamente a finales del siglo XI entran como un cuchillo en la mantequilla las primeras olas de almorávides, que contuvieron los embates y los envites cristianos, pero ya se sabe también que estos tenían la trifulca montada en casa. A poco que se expandía algún reino, este se volvía a dividir a la muerte del rey, pues se repartía entre sus hijos, que a su vez se peleaban entre ellos para tratar de recuperar lo que cada uno reclamaba para sí, entre rencores domésticos y litigios interminables. De este modo solía justificarse, no sin falta de razón, el lento avance del cristianismo en la península. Ahí se pierden, excepto para especialistas, las querellas entre sucesivos alfonsos, sanchos, enriques, fernandos y juanes, superponiéndose unos a otros en los anales de la crónicas. Los infieles se relamían mientras veían a los cristianos envueltos en sus contiendas... Salvando las distancias: mientras que en el PP conspiran entre ellos para acabar con sus dinastías, y los barones se rebelan y organizan para una sangrienta batalla, en la que la facción ganadora arrasará con los disidentes, el PSOE se frota las manos y mira con estupefacción cómo le benefician los problemas de su adversario. La caída de Ciudadanos auguraba lo mejor para el resurgir de la derecha, pero sus luchas intestinas solo ayudan a que la izquierda permanezca en el poder otra legislatura más. Por mí genial. Así que pueden seguir, desde luego, pasándose a cuchillo.

Articulistas