Olvidos y mentiras

05 may 2020 / 16:37 H.
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Imagínese que se encuentra en un avión. El piloto le solicita que se abroche el cinturón porque debe hacer un aterrizaje forzoso. Unos pasajeros comienzan a increpar al piloto indicándole que se le está limitando su libertad, que no sabe llevar el avión, ellos también saben pilotar. Los pasajeros empiezan a no tener claro que se ha de hacer y quien lo debe hacer. Lo que esperan es que se logre aterrizar sin ponerlos en riesgo, sin crear pánico. Desean coherencia entre aquellos que saben cómo pilotar un avión. Actitudes de esta naturaleza generan incredulidad y desconcierto. No termina de verse el objetivo, aunque esté aceptado y consensuado por la mayoría. La sorpresa de los distintos agentes políticos en una situación de catástrofe inesperada como la actual. La frustración por lo imprevisto en un mundo programado al detalle, contenido en nuestro móvil, no puede justificar la falta de cooperación ni la comprensión en las acciones. No son actitudes nuevas. Se han repetido en las distintas epidemias globales que se han dado en nuestra historia. En las pasadas crisis epidémicas nació la mentalidad del miedo. La desconfianza al otro y el rechazo de los sanos hacia los afectados. Vecinos que desprecian a posibles infectados. El refugio en la fe individual y su transferencia como un hecho religioso y político, en tanto la religión es la organización social de la fe. La presidenta interrumpe una reunión para asistir al culto religioso. La superstición y la magia dándole más credibilidad a lo que creo puede ser o me han dicho que es. “La lejía y Trump”. Me considero epidemiólogo quitando legitimidad al discurso científico por desconocimiento interesado. “Supuestos asesores del gobierno”. Surgieron grupos que mantenían una posición radical de la verdad de sus ideas religiosas, un lobby para eliminar a los sectores marginados. Grupos políticos acusando al feminismo, al débil y exiliado. Cambios posteriores en el modelo de organización social que modificaron la situación de quienes tenían poder económico. De ahí, el interés de controlar “el aterrizaje”, de generar un patrón de respuesta que tergiverse la idea de realidad, de no querer entender que es la verdad, de opinar solo lo que me interesa. Una reacción socialmente inmadura. Nos sumamos a esta idea por el ego occidental de creernos el centro del universo y tener control sobre todo. Se nos asegura que es seguridad, que es felicidad. Que la ciencia es precisión matemática y si no, nos engañan. Se utiliza la pandemia y sus consecuencias en beneficio político propio por miedo a que se produzcan cambios sociales que modifiquen el actual contrato social. Entender libertad individual como acumulación de recursos pese a que haya quien no pueda acceder a ellos. Montaigne afirmaba: “El que no esté seguro de su memoria debe abstenerse de mentir”. Quizás sea esta la razón por la que las políticas liberales tienden a eliminar las humanidades del sistema educativo. No deberíamos olvidar las lecciones de la historia. Quien sabe pilotar un avión ha de sumarse al piloto en el esfuerzo por aterrizar sin peligro. No se trata de que sea a mi modo, sino de dejar de crear inseguridad y estrés. El objetivo no es demostrar que eres el primero de la clase, el mejor. Lo importante es como contribuir a una salida conjunta rechazando a los que generan el pánico en una situación límite con mentiras.

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