Ochocientos años
El sol acariciaba con su aliento el espacio ordenado, ornado, sencillo y bello, la decoración se desplegaba y el granate y el blanco se mezclaban respetando sus tonos, resaltando el uno en el otro en una perfecta combinación suave y agradable. La cruz del Nazareno presidía el altar, en plateado acento se alzaba hacia el cielo sin ocultar el bello decorado que tras él aparecía. Con sus arcos de piedra, en una decoración sobria pero elegante, donde la armonía juega con el equilibrio visual en un rectángulo bien organizado.
Desde la altura de la calle perpendicular a él, la vista se recreaba en el orden y la perspectiva, la fuente cantaba una canción de agua para refrescar el calor del estío recién estrenado. Dejaba que sus gotas saltaran fuera de su circular sonrisa, y el chapoteo de su música envolvía la plaza más importante de la ciudad. Las calles contiguas abrían un recorrido de flores, banderitas y elementos decorativos ocupando la altitud. Todo realizado con esfuerzo en los días previos al acontecimiento, donde las cálidas horas no fueron óbice para realizar tan bello trabajo. Diego y Juan siempre colaborando y ofreciendo sus habilidades casi en el anonimato. Ochocientos años nos separan de la conquista, de la vuelta a las raíces donde san Eufrasio había sembrado la semilla del cristianismo en el siglo I. Y que San Fernando nos devolvió aquel 29 de junio de 1225. Torredonjimeno ataviado con sus mejores galas festejaba el evento con una misa de acción de gracias, presidida por el obispo de la diócesis de Jaén. En la que el pueblo participó de forma activa en su mayoría.
Los patronos de Torredonjimeno recibieron la Medalla de Oro de la ciudad, que les fue impuesta por el alcalde. La tarde plena de melodías magníficamente interpretadas comenzó a dormirse en los tejados. Las luces se encendieron y con la bendición final y el canto de los dos himnos, comenzó la procesión extraordinaria de los Santos Cosme y Damián y Nuestra Señora de Consolación que ostentan el patronazgo de Torredonjimeno.
La alegría corría por las calles y plazas y el pueblo dejaba sentir el latido de las emociones. Ochocientos años de vuelta a la fe en el Dios de la Vida.