Nuevo contrato social

31 dic 2025 / 08:39 H.
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Este país necesita un nuevo contrato social que no podemos rehuir sin huir de nosotros mismos. Me meto en el grupo de personas que piensa que hay que hacer algo para evitar la caída de la democracia y frenar el auge de los gobiernos totalitarios. Alguien dijo que, a veces, las personas que nadie imagina pueden, de forma prematura, dar con el modo de resolver los problemas y contribuir vocacionalmente a la felicidad colectiva. Los ciudadanos están lo suficientemente informados como para saber diferenciar entre lo que les conviene —paz y progreso— y las mentiras y los relatos paralelos que alientan los continuos casos de guerra sucia que han renegado de las leyes y de la legítima mayoría parlamentaria. Cicerón decía que abstenerse de combatir la injusticia es cometer una. Lo dejó recogido en su extensa obra en la que destaca: “De officiis”, escrito que tuvo una poderosa influencia en el movimiento cultural del Renacimiento —siglos XV y XVI— y en reconocidos pensadores de la Ilustración del siglo XVIII, que es tanto como decir de la cultura europea de esa época. Lo de repetir un millón de veces una mentira resulta vano e insustancial porque llueve sobre mojado y por ende, tiene un atractivo social vomitivo que repelen, como a la peste, ciudadanos leales a un sistema de libertades que lo único que desean es que no se intoxique con falsas noticias la realidad de una democracia consolidada que convive con todo lo que ve y oye, no importa quién sea el emisor. No quiero que se me escape algo de lo que más tarde tenga que arrepentirme, por eso pienso que la reacción a la exultante alegría de la ola populista, se llama contestación social para colapsar los programas ultraconservadores que quieren inferir en la democracia para después hacerla desaparecer —la democracia no representa sino la voluntad ideal de un ciudadano libre que cree en la tolerancia y en los derechos del hombre— y allanar así el camino de los salvapatrias que quieren imponer un régimen político totalitario con la connivencia dogmática de poderes fácticos que luchan contra cualquier otra entidad que se rebele contra ellos. La democracia habla y hablará siempre de libertad progreso e igualdad, ya sea de corazón o sentimiento, o de un modo totalmente racional y ejemplar. La verdad es que, cada vez menos, satisface a ciudadanos con principios democráticos escuchar teorías relacionadas con la fuerza del materialismo de superricos que no entienden de abusos porque su deseo exclusivo sustituye a la ley. Los ciudadanos están hartos del maltrato a instituciones públicas que no representan sino la estela de un contrato social que hay que renovar como estrategia preventiva que salvaguarde la democracia. En resumidas cuentas, el nuevo contrato social tiene que despertar el sentimiento, la sensibilidad y el corazón de ideas contenidas en los principios democráticos que ordenan desde el Estado hasta la menor de las instituciones, que son las que representan a quienes se sienten demócratas, y para que se note el influjo renovado de una democracia, a pesar de la crítica de una narrativa social que no la reconoce, he de decir que está aquí para quedarse. Que nadie piense que la ola populista, haga lo que haga, o diga lo que diga, va a hacer más libre a la sociedad que vivimos, porque presupone un riesgo social que incluye vivir con resentimiento, frustración, dolor y hostilidad.

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